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ORGE CACERES, OBRA COMPLETA

Luis G. de Mussy Roa

CÁCERES, EL MEDIODÍA ETERNO Y LAS TIRAS DE PRUEBAS

“Nada es más necesario y nada es más fuerte en nosotros que la revuelta. Ya no podemos amar nada, estimar nada que tenga la marca de la sumisión... Y si la revuelta está unida por sí misma a la condición del hombre históricamente dada, no podríamos atribuirle un sentido al planteo de mi revuelta –de nuestra feliz, torcida y a menudo incierta revuelta– sin situarla en la historia desde su principio... Contra aquellos que vinculan con la obediencia los estados más despiertos, debemos incluso suponer que el ser no tiene presencia real o soberana en nosotros más que sublevado; que en su plena manifestación –que no puede mirarse fijamente, como el sol o la muerte– exige el extremo abandono de la revuelta. Así el deslumbramiento maravilloso la alegría furtiva del éxtasis, en apariencia ligada a una actitud de espanto, no se dan sino a pesar de la sumisión a la que el espanto parecía conducir. Del mismo modo, los caracteres neutros y tibios, la ordinariez menesterosa o el chato lirismo de los rebeldes nos engañan: no es por el lado de una creencia humilde y formal, sino en el sobresalto de un rechazo donde se abre la experiencia más ardiente, que finalmente nos permite deslizarnos sin límites. Sería una superchería vincular decididamente al ser en su trayectoria más errante con unas verdades correctas, hechas de concesiones al espíritu dócil: el salto que nos arranca de la pesadez tiene la ingenuidad de la revuelta, la tiene de hecho, en la experiencia, y si es cierto que nos deja sin voz, no podemos, sin embargo, callarnos antes de haberlo dicho. Es verdad que la apertura ilimitada –olvidando los cálculos que nos atan a una existencia articulada en el tiempo– nos entrega a dificultades extravagantes, que no conocieron quienes han seguido (o pensado que seguían) las sendas de la obediencia. Si nos subleva con bastante libertad, la revuelta nos condena a apartarnos de su objeto. Esa soledad final y traviesa del instante, que soy, que igualmente seré, que seré al fin de manera completa en la escapada de pronto rigurosamente cumplida con mi muerte, no hay nada en mi revuelta que no la llame, pero tampoco hay nada en ella que no la aleje. El instante, cuando lo considero aislado de un pensamiento que encastra el pasado y el futuro de cosas manipulables, el instante que en algún sentido se cierra, pero que en un sentido mucho más profundo se abre al negar lo que limita a los seres separados, sólo el instante es el ser soberano”.

George Bataille, El Soberano. En la felicidad, el erotismo y la literatura, ensayos 1944-1961. pp., 227- 244


“The authenticity of a thing is the essence of all that is transmittable from its  beginning, ranging from its substantive duration to the history which it has experienced. Since the historical testimony rests on the authenticity, the former, too, is jeopardized by reproduction when substantive duration ceases to matter. And what is really jeopardized when the historical testimony is affected is the authority of the object... One might subsume the eliminated element in the term ´aura´ and go on to say: that which withers in the age of mechanical reproduction is the aura of the work of art”.

Walter Benjamin, Illuminations, pp., 214-215.