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ORGE CACERES, OBRA COMPLETA

Luis G. de Mussy Roa

Primer cuarto de hora: Exploraciones alegóricas y el “trineo vertiginoso”

“Debajo de esta máscara, otra máscara. No terminaré jamás de sacar todas estas caras”.

Claude Cahun

Luis Sergio Cáceres Toro, hijo de Ernesto Cáceres Ramírez y de Sofía Toro Pérez, fue el tercero de cinco hombres después de Ernesto y Agustín, terminando la saca René y Guillermo. Nació el 18 de abril de 1923 en el seno de una familia acomodada de Santiago, el padre fue un sastre exitoso y la madre —habiendo hecho un curso completo de piano— se dedicaba a la crianza de sus hijos. Cáceres quedó huérfano por parte materna a temprana edad ya que Sofía Toro murió de un problema cardíaco, no muchos años después de dar a luz al menor de los hermanos Cáceres Toro[13]. Según testimonios familiares, ella habría transmitido la habilidad y gran cercanía hacia la música que posteriormente fue tan propia de la vida del personaje en cuestión.

Como buen hijo de sastre, Cáceres siempre fue de los más elegantes y distinguidos, y casual en ocasiones, de corbata y traje según las exigencias: “Jorge era esbelto. De un formato de un metro setenta. Delgado siempre, estilizado como le convenía a su ser bailarín. Una mirada muy fresca, muy bonita. Despejado de aquí, de frente. Bonitillo. De inclinación homosexual, eso no ofendía a nadie, él tenía encanto mayor. Era muy sobrio. Muy precioso. Parco, más bien medido, pero con una capacidad de humor estupenda. Nunca tuvo ningún rencor”[14].

Pasada la época infantil en que Cáceres asistió al Instituto Luis Campino, “Lucho”, o Jorge si se quiere, fue enviado al Internado Nacional Barros Arana (INBA); establecimiento en que para la época convergían –de diversas formas y en variadas ocupaciones– importantes mentes del acontecer cultural chileno: Gonzalo Rojas, Jorge Millas y Nicanor Parra eran inspectores, Luis Oyarzún y Cáceres, alumnos. Este núcleo de personajes itinerantes que se amalgamó al interior del establecimiento llegó a ser una suerte de cofradía estudiantil independiente con una notable capacidad de experimentación humana. Avidos de autores como F. García Lorca, R. Alberti, C. Baudelaire, A. Rimbaud, Dante, H. Bergson, S. Freud, F. Kafka, R. Rilke, A. Fourier y O. Wilde, entre muchos otros, y con un compromiso social ya definitivo, estos muchachos pueden ser vistos como una verdadera elite “de seres extraños” a quienes la vocación literaria y moral llegaba a torturarlos creativamente. Si seguimos el artículo de Luis Oyarzún, en esos tiempos amigo y compañero de institución, “Crónica de una generación”, podemos darnos cuenta de cuán libres y espontáneos fueron los vínculos pensantes y afectivos entre estos jóvenes cerebros[15].

Por el lado de los inspectores, la visión ha sido, y sigue siendo, que Cáceres era un talento, un fenómeno atípico en el que se materializaron las inquietudes espirituales y artísticas de una parte ilustrativa de aquella nueva inteligencia chilena16[16]. Para estos estudiantes, sus años de internado fueron una época vertiginosa, en que frenéticamente se pasaba de un escritor a otro. La literatura era y entregaba el gran encanto al diario vivir, sin ella, no se era nadie; lo importante eran los ropajes poéticos que les daban los diversos autores que leían, investigaban y representaban teatralmente. Eran sus claves para descifrar los signos de la sensibilidad del momento y de ahí asumir sus primeras posturas como individuos autónomos en términos intelectuales.

“Con el estímulo de Margarita Xirgu, que en 1937 realizó una temporada memorable en el Teatro Municipal, nos pusimos frenéticamente a imitarlo (a Domingo Piga) y llegamos en nuestra temeridad a montar un teatro secreto en el internado, en un subterráneo oscuro. Allí representamos obras increíbles –Cáceres, Piga, Brncic y yo– ante la presencia conmovida y burlona de Millas, Omar Cerda, Baeza Flores y otros invitados de nota. Nos hincamos con Myrrhina o La cortesana cubierta de joyas, de Oscar Wilde, que dimos –¡Oh, portento!– delante de los recién nombrados y el Vicerrector del Colegio, no sin recibir las bombas de agua que nuestros compañeros, advertidos por un maligno delator, nos lanzaron desde los dormitorios situados en el edificio vecino. Seguimos en semanas posteriores con repertorio propio: “El Campanario de la Soledad”, de Cáceres, y una obra mía cuyo nombre he olvidado. Como no teníamos vestuario ni decorados especiales, nuestros personajes debían moverse en escena prácticamente desnudos, a lo sumo con slips y sábanas. Nos acercamos, como se ve, a una especie de clasicismo griego. Cuando se estrenó nuestro pequeño teatro nocturno –otro signo de los tiempos– Jorge Millas, nuestro inspector, leyó y comentó El Cementerio Marino, de Valèry... En verdad, habíamos pasado vertiginosamente de unos poetas a otros. Cáceres, aparte de su genio original, poseía un talento mimético inigualable. Apenas conocía a un poeta, escribía con perfección a su manera. Como Bernardo el Ermitaño, ese curioso animalillo que vive metido en conchas ajenas de moluscos, nos revestíamos nosotros de sucesivos ropajes poéticos. García Lorca nos ofreció el primero.”.[17]

Internacionalmente, en 1936 la Guerra Civil Española abrió una ola de violencia fascista que tuvo su máxima expresión en la Segunda Guerra Mundial y posteriormente en la Guerra Fría. Es así como el conflicto hispánico obligó a estos promisorios pensadores chilenos y a los no tan mozos, a la primera toma de posición moral drástica y marcadora frente a los acontecimientos del periodo que nos interesa (1935-1949). Vendrían varias inflexiones más. En 1938 la elección del Frente Popular en Chile significó una segunda especificación ideológica en dos años. Asimismo, en 1939, la Segunda Guerra Mundial implicó una tercera definición ante las vicisitudes del medio. Ahora bien, decimos todo esto, porque es importante notar que en este momento clave de la historia del siglo XX, en que la sociedad mundial se enfrentó a una serie de decisiones éticas fundamentales, Cáceres –todavía un estudiante– manifestó siempre oposición a la violencia y a la intolerancia propia del Fascismo, y adhirió a posturas democráticas que respetaran las aspiraciones de libertad.

Otra dinámica que ejemplifica la vertiginosa ansiedad con la que vivía nuestro personaje –y que explica además cuán determinante era el discurso personal en este escenario variopinto y ecléctico– fue su particular amistad con Pablo Neruda[18]. A tal grado llegó la relación entre estos colegiales y el futuro Nobel, que Luis Oyarzún se permite hablar de “Pablo” y de Gabriela Mistral como si fueran sus pares: “No he conocido a Gabriela Mistral, pero ella me conoce de nombre porque Pablo (Neruda) le habló muy bien de nosotros con Cáceres”[19]. No gratuitamente sus andanzas por Santiago son ya parte de los anales de la literatura chilena.

Pasaron de amigos inseparables a bandos contrarios. Si bien es cierto que no hay ninguna evidencia de que haya existido alguna disputa personal entre Cáceres y Neruda, sí es claro que después de haber compartido una amistad, se produjo un distanciamiento definitivo. Calculamos que el delfín surrealista fue amigo de Neruda entre 1937 y julio de 1938. Decimos esto, porque en dos cartas fechadas el 27 de marzo y el 4 de junio de 1938 respectivamente, al referirse a Cáceres, Oyarzún no hace más que alabarlo y destacar la seguridad y creatividad de Jorge, junto con ratificar la cercanía con Neruda siendo “los preferidos de la casa”. Antecedentes que confirman que el vínculo entre estos jóvenes con el vate de las residencias era sólido y constante, cortándose –asumimos– poco después de la lectura de poemas que realizaron Teófilo Cid, Braulio Arenas y Enrique Gómez-Correa el 12 de julio de ese mismo año en la Casa Central de la Universidad de Chile; acción con que se iniciaron oficialmente las actividades del grupo Mandrágora[20].

Creemos que la cercanía entre Cáceres y el futuro Nobel no duró porque el joven poeta prefirió adherirse a una propuesta poético-ética que no fuese dominada por la política contingente y partidista. Amparo que encontró en las ideas surrealistas del grupo Mandrágora. Fue el poeta Gonzalo Rojas quien hizo de puente entre Jorge y la cofradía surrealista chilena. Contacto que fue definitivo en la evolución del pensamiento de Cáceres; de ahí en adelante, la actitud artística del delfín sería otra, dejando los titubeos y cambios constantes, ese mimetismo inicial del que llegó a hablar Luis Oyarzún, por una búsqueda mucho más orgánica y consecuente, y por ende, mucho más propia y singular. La danza, la poesía y la plástica serían sus medios de exploración y de iluminada ebriedad creativa. En adelante, Braulio Arenas, Enrique Gómez-Correa y Teófilo Cid serían sus compañeros y amigos más cercanos en el ámbito literario; y en la danza: O. Cintolessi, E. Uthoff, Lola Botka, Patricio Bunster y Malucha Solari.

Jorge Cáceres prefirió mantenerse alejado de cualquier postura que vinculase la creación y labor del artista con alguna prerrogativa sumisa. Inclusive a costa de perder amistades y de tener que separarse de gente alguna vez cercana como también lo fue Nicanor Parra y Pablo Neruda[21]. Asimismo, en esta línea, se entiende la toma de actitud que evidenció Cáceres para con el entorno cercano de Raúl González Tuñón. Interesante resulta mencionar que dentro del archivo de la familia de nuestro personaje encontramos una carta del escritor argentino al alguna vez quinceañero Cáceres. Correspondencia que demuestra cómo, no obstante haber sido notoriamente valorado como un talento por este círculo de autores ya consagrados, Jorge optó por seguir su propio y personal camino dentro del surrealismo[22].

“... Que un poeta de treinta o más años, cualquiera de nosotros, después de haber pasado por el fuego sin quemarse (como la salamandra) se aleje, tanto del simplismo, sentimentaloidismo, construcción demasiado ceñida a textos de preceptiva provinciana, como de la deshumanización, prosa cortada con cuchillo, etc. me parece lógico. El tiempo le ha dado en todo caso elementos técnicos suficientes para dominar la técnica aún infringiendo sus leyes más rígidas. Construya o no construya reconocerá que el ritmo es esencial y no confundirá la libertad con el disparate ni la intimidad con el dolor de estómago. Sabe que la poesía es todo y está en todo y ningún tema por más político o actual que sea será antipoético en manos de un verdadero poeta. Pero que un niño, un adolescente, sepa todo esto, es asombroso... A la edad de Jorge Cáceres yo imitaba muy mal a Rubén Darío, nuestro siempre querido Darío; me gustaba mucho la melena y el café y la grandilocuencia y el romanticismo anárquico. No es que me arrepienta aquí de todo eso que a lo mejor tuvo en mi formación una influencia saludable pero ¿no es extraordinario ver a este adolescente sin verbalismo y sin melena, sin café y sin pretensiones componer poemas tan maduros y dedicados al hecho más hondo y poderoso de su tiempo?..., Que Jorge Cáceres ame mucho la vida, la calle más que el gabinete, el destino del hombre y la rosa, que se meta en todos los temas, en todas las honduras, que piense en Góngora pero también en Walt Whitman, que no se asuste de nada, ni del buen ni del mal gusto y veremos entonces que un nuevo gran poeta ha nacido en Chile. Y lo veremos”[23].

Como dijimos, para el delfín, al igual que para los otros miembros y colaboradores de Mandrágora, la poesía no se rebajaba a las rencillas políticas del medio; para ellos la literatura, y sobre todo la poesía, eran medios de expresión del espíritu libre, no utensilios coartados por las imposiciones cotidianas de una vida institucionalizada. Esto no quiere decir que Cáceres –como individuo– o Mandrágora –como grupo– hayan estado ajenos de lo que sucedía en términos políticos nacionales e internacionales. Por el contrario, ellos estaban al corriente de lo que pasaba en Europa como muy pocos en la época; prueba de ello es que en casi todas las revistas y los documentos que publicaron se aprecia, claramente, el conocimiento de causa y el dominio de las vicisitudes a las que se refieren. Lo que no aguantaban los mandragóricos era el servilismo partidista comprometido al que figuras como Pablo Neruda, Gerardo Seguel, Diego Muñoz y el ya mencionado Raúl González Tuñón, estaban acostumbrados a mezclar con la poesía. Por el contrario, el tema estaba en equilibrar una actitud individual comprometida con las causas sociales, pero independiente de los esquemas de cualquier institución cultural como los partidos políticos o las agrupaciones de intelectuales tan propias de aquellos años como fue el caso de la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura.

El interés intuitivo y la revuelta poética fueron el norte y la estrella refractaria de estos “poetas negros”. Desde allí buscaron orientarse en la oscuridad de su actitud soberana y autónoma frente al medio pero en oposición a casi la totalidad de sus pares. Para este caso, es muy útil prestarle atención a las siguientes palabras de George Bataille, “La más grave miseria inherente a nuestra condición hace que nunca seamos desinteresados sin medida –o sin trampas– y que en última instancia el rigor, aunque fuese ávidamente deseado, siga siendo insuficiente... En ese instante me guía un deseo de exactitud que no puede concordar con ese alivio que en condiciones de desnudez, de abandono, de sin sentido, encontraría en prosternarme ante un poder tranquilizador”[24]. Es justamente la mezcla constitutiva de esta aspiración a que el ser humano sea desinteresado “sin trampas”, y de esta intención de no buscar relajo en los diferentes “poderes tranquilizadores”, la que destacamos de los surrealistas chilenos y, sobre todo, de Cáceres. Dejemos que un testigo ocular de los hechos nos ilumine un poco y nos sitúe en la perspectiva correcta que permita conectar la vida de este espíritu libre con los planteamientos teórico-morales de los cuales habla el filósofo francés:

“Te voy a decir un mérito real que, para mí, pone a Cáceres por encima en la contienda generacional, humana y hasta poética. Que lo pone por encima de los otros tres amigos (B. Arenas, T. Cid, E. Gómez-Correa)... Este niño era adorado por Neruda. Neruda lo quiso atraer con la imantación natural que tenía Pablo y Cáceres fue capaz de desprenderse de esa órbita. El sí fue capaz. En cambio los otros han bailado nerudianamente y, claro, después han aparecido anti-Neruda. ¡incluso Nicanor!, lo digo con cariño y con respeto. Se ponen adversos a él, pero ya movidos por otros juegos. Cáceres, en cambio, no adhirió al nerudismo, no al lado político, él no se dejó nerudizar. Fue independiente. Y lo hizo con talento. Imagínate cómo Neruda lo hubiera levantado y destacado en esos años. Ese decoro, esa cosa ética estupenda que tenía” [25]

Como vimos, e intentando realizar una interpretación de los orígenes intelectuales y estéticos del “delfín”, es posible distinguir claramente dos momentos: uno que va desde la llegada de Cáceres al INBA en 1937 hasta mediados de 1938, y otro desde julio del mismo año hasta que “Lucho” abandona el recinto estudiantil y comienza su vuelo definitivo como artista plástico, poeta y bailarín en algún momento de 1940. Este esquema nos permite proponer, además, que Pablo Neruda no fue más que una influencia estético-literaria y en ningún caso moral, para el joven poeta. A su vez, creemos que los dos primeros años en el Internado fueron esencialmente de búsqueda y de una experimentación constante. Situación que cambió a mediados de 1938, cuando nuestro personaje abandonó esa exultante vida estudiantil y siguió en su “trineo vertiginoso” hacia las nieves negras y severas del surrealismo. Actitud que le significó optar por la canalización de esas exploraciones alegóricas iniciales en un sólido compromiso con las ideas de Mandrágora y con las responsabilidades de un artista soberano: es decir, dueño de su propia visión y de sus particulares formas de acercamiento hacia la realidad que recrea[26].


[13] Ver Apartado biográfico Nº. 3

[14] G. de Mussy, Luis, Entrevista a Gonzalo Rojas II, Inédita, Santiago, agosto 2002.

[15] “Pero –y ahí comienza en verdad esta crónica– lo imposible se había realizado. ¡Gran Felicidad! Había otros, había otros seres extraños a quienes también fascinaba, torturándolos, la literatura, y estaban ahí, bajo un mismo techo. Se llamaban Jorge Millas, Nicanor Parra, Jorge Cáceres, para no recordar sino a los que perseveraron en esta manía sistemática. Vivíamos bajo el mismo techo. Eso significaba que podíamos vernos siempre, cada vez que lo quisiéramos, apenas las clases nos dejaran libres a Cáceres y a mí. Millas y Parra eran nuestros inspectores. Estudiaban en la universidad y para nosotros, que padecíamos la dictadura de los horarios, eran libres, unos semidioses que podían manejarse a sí mismos, es decir, faltar a clases si lo querían”. En Luis Oyarzún, Crónica de una generación, Atenea, Concepción, Chile, Año XXXV, Tomo CXXXI, Nº. 380-381, Abril-Septiembre de 1958. El énfasis es nuestro.

[16] Ver Apartado biográfico Nº. 4

[17] Luis Oyarzún, op. cit. pp. 186-87. El destacado es nuestro.

[18] “Después de varios meses de ausencia, Pablo Neruda regresó a Chile en 1937, con España en el corazón, que leyó en el salón de honor de la Universidad de Chile, al fundar la Alianza de Intelectuales de Chile para la Defensa de la Cultura, en la que participaron escritores de todas las tendencias estéticas. Bastante nos costó a Jorge Cáceres y a mí vencer nuestra timidez y dirigirnos a visitar al poeta, premunidos de sendos poemas escritos en su honor. Nos encontramos con un hombre cordial, sencillo, que nos invitó a pasear por las avenidas... Tenía con nosotros –un par de estudiantes– una paciencia a toda prueba y, a pesar de sus muchas ocupaciones, nos regalaba tiempo y solía escaparse con nosotros a vagancias sin rumbo por cualquier parte. Con él aprendíamos y gozábamos, poseídos por un humor poético que Cáceres creaba inagotablemente. Debo decir que Cáceres y yo éramos rigurosamente abstemios, pero nos atiborrábamos, en cambio, de helados y pasteles que devorábamos, junto con comentar las palabras de Neruda y las vicisitudes de nuestras vidas. Una anciana ama de llaves que vigilaba la casa que Neruda arrendó después en Ñuñoa, a la que bautizamos: Doña Cronos, creía de buena fe que Pablo nos daba clases de poesía a la sombra de una inmensa higuera del huerto, y decía a todo el mundo que esos jovencitos eran alumnos del célebre poeta. Y claro que, burla burlando, nos enseñaba. Él y La Hormiguita nos regalaron un sinfín de maravillas; Kafka, Rilke, Alain Fourier y Le Gran Meaulnes, Malraux...”. Luis Oyarzún, op cit.,. pp. 185-186.

[19] Luis Oyarzún P., Epistolario familiar, Selección de Thomas Harris et.al., Santiago, Dibam, Archivo del Escritor, 2000, pp. 48-49. También es interesante notar que en esta carta se comprueba la conexión de estos jóvenes con la revista literaria argentina Fábula. Ver epistolario.

[20] Ver Apartado biográfico No. 5

[21] Nicanor Parra le dedicó –entre otras personas– su “Cancionero sin nombre”. Pablo Neruda no menciona a Cáceres en ninguna de sus obras. Ver Apartado biográfico Nº 6.

[22] Ver Apartado biográfico Nº 7.

[23] Extracto de la carta de Raúl González Tuñón a Jorge Cáceres, sin fecha. Archivo Familia Cáceres. En el epistolario se puede encontrar la versión completa.

[24] George Bataille, La felicidad, el erotismo y la literatura, ensayos 1944-1961, Obras completas tomos 11 y 12, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2001.

[25] Luis G. De Mussy, Entrevista Gonzalo Rojas I, Inédita, Santiago, Agosto de 2001. “A Neruda le dolió cuando Cáceres se apartó, quién lo hizo con cierta fuerza dentro de los límites de cortesía que tenía. (¿Y por qué le dolió?)... Porque Neruda, con todas las objeciones que pueda merecer, era un animal absolutamente verdadero, en el sentido, que sabía quién era quien”. Luis G. De Mussy, Entrevista a Gonzalo Rojas II, Inédita, agosto 2002. El énfasis es nuestro.

[26] No está de más mencionar que Cáceres estuvo como escolar en el INBA hasta el año 1939, cuando abandonó el establecimiento sin haber terminado quinto humanidades y después de repetir dicho nivel. Fecha desde la cual recién creemos oportuno empezar a buscar los referentes definitivos de un artista ya decidido a encontrar su propio lenguaje expresivo. Interesante resulta el hecho que las notas de Lucho impresionan por lo bajas, teniendo varias asignaturas con promedios muy malos como fueron: Inglés, Francés, Historia, Matemáticas, Ciencia y Física. A su vez, sobresale en Conducta, Orden, Aseo, Música y Canto. Por otra parte, según consta en los registros del Instituto de Humanidades Luis Campino, (1934-5) Luis Cáceres no fue un buen alumno en términos académicos pero si destacó por “Conducta y Urbanidad”.