I

Ellos me repetían
Sin parar siquiera un instante:

Aléjate de la muerte
No dejes atraparte por esa de encantos ocultos
Por esa de bellas manos
Aléjate, Mandrágora, aléjate
Aléjate de la muerte.

Y luego después movida por fuerzas invisibles
Veía abrirse la piedra que cubría su tumba
Quedando a la vista de todos el cadáver
De cuyos labios salía sin cesar un haz de luz
Luz que atrozmente cegaba
Y que ensombrecía al sol, a la luna
A las estrellas del cielo
En tanto que los pobres espectadores
Rodaban por tierra
Para alegría
De los que creen sólo en la ilusión.

 

De Una ficción que a (la) nada conduce, 1991