VIII

Consumidas por el amor
Murieron las dos bellas y desconocidas hermanas
Nadie las lloró
Nadie las recordó
Nadie las olvidó.

Las dos hermanas conocían de punta a cabo los escritos de Juan de la Cruz y Teresa de Avila
Como también los del Maestro Eckhart, los de Immanuel Swedenborg y los de Ruysbrock el
                              Admirable, las Cartas de Amor de la Monja Portuguesa Mariana Alcoforado...
pero nunca ni nadie las vio entrar a un templo.

Supe de una de ellas
Por haber encontrado algunas notas
Escritas con fina letra
En los márgenes de una rara edición de Los Infortunios de la Virtud
porque ella las practicó todas
Sin resultarle ninguna
Sólo dolor y sufrimiento
Sublime a todas luces
¡Oh, bella Justina, has estremecido mi corazón!

A su hermana la conocí en una elegante casa de alegría y placer
Bajo su almohada siempre permaneció el libro Las Prosperidades del Vicio
En todo lo que hizo triunfó imprimiéndole la marca del mal
Fue todo goce y voluptuosidad
Famosa por lanzarle carne envenenada a los perros
Murió con todos los esplendores
¡Pero fuiste demasiado malvada, bella Julieta!

Las enterraron juntas a las bellas hermanas
Sobre las lápidas de sus tumbas
No esculpieron epitafio alguno ni siquiera los años de sus nacimientos y muertes
Sólo sus nombres fosforecían en la noche
Justina y Julieta
Una al lado de la otra
Como el bien y el mal.
 

De La caja chica, 1989