XXX

El calor había disuelto la montaña de luz petrificada
Y ríos de luz empezaron a arrasar las laderas
Al igual que el torrente sanguíneo a lo largo del cuerpo.

Los fulgores cegaban a hombres y mujeres
Nada detenía a la fuerza desatada de la luz
Y el mar comenzó a transformarse en espuma
La sal en cristales formando castillos.

Fuimos esclavos de la palabra y del nombre de pila
Nos repetían desde la infancia
Que a palabra regalada no se le miran las sílabas
Y cuando te llamaban por tu nombre
No se estaba preguntando quienes eran tus padrinos.

Sabemos que cuando relucen los dientes
Es que el hambre te dice que debes devorar a tu prójimo
Y como eres disciplinado
Te apegas a tu nombre
Y aunque te hayan puesto en el acantilado
Para crearte a toda luces el vértigo
Insistes en creer en el mayor de los peligros
La poesía.
 

De La mano enguantada, 1987