LXXI

Pero he tenido que descender a la tiniebla
En busca de tu pensamiento
Sin el temor de permanecer para siempre prisionero
Y a pesar de la incesante lluvia que afloja los nudos de la razón.

He tenido que cargar con tu cuerpo
Conducido sólo por mi propia luz
Abriendo las mil puertas del laberinto
Mientras la lluvia caía y yo caía
De precipicio en precipicio.

Esto no era lo mismo que saltar de una palabra a otra
Ni la angustia de un sonido echado a rodar a su propia suerte
Era la sutil manera de consumirse de aniquilarse
Disparar sobre su propia imagen.

Y el blanco pasaba al verde y éste al amarillo
Tampoco la luz tampoco lo absoluto
Ni siquiera el oleaje de la memoria
Para prevenirnos que esto no es sueño sino la muerte
Hasta que al fin la paloma ha desarticulado el pensamiento
Porque la doncella copuló con el extranjero
Que siempre fuiste y que aún eres amor absoluto amor mío
Estamos uno estamos salvados
La memoria nos devuelve.

 

De El calor animal, 1968 - 1969