XXXV

El sol cae  sobre mí como experto delincuente
Tiene  la osadía de atravesar solo por las calles de una ciudad jamás vista por los hombres
Me aferra de los brazos me amordaza
Desvía la mirada de mis ojos.

Yo en tanto recuerdo al lobo que aterrorizaba las poblaciones
Que había trasladado su bosque al corazón de la ciudad
Y saltaba por entre las multitudes se detenía ante las estatuas
Hablaba a las mujeres bellas con un acento nostálgico.

Todo el mundo decía que ningún amor podía hacer del sol su prisionero
Preguntaban por su salud por su familia por su destino
Tan claro como el mejor de sus días
Era feliz olvidando el pavoroso presagio
Saludando a la más bella de la ciudad.

Adónde estaba yo entonces adónde estaba mi corazón
Insensible al calor de su mano
Acostumbrado tal vez al sentido de lo negro
A sus emboscadas a sus vestimentas mortales.

Nada de eso nos queda
Ni aún la palabra plagada de sonidos extraños
Ni lo que tú desearías que yo fuera
No te detengas sol
Abandonad esta ciudad consagrada por la imaginación.

 

De En pleno día, 1948