XXIII

De dónde salta para no dislocarse los huesos del alma
De dónde venía el extraño furor que crecía con la palabra
Tal vez de una lengua que permaneció dormida hasta hoy desde la formación del mundo
O quizás de los torbellinos que sostienen toda visión del amor.

Él le ha hablado en la ciudad
A una mujer con las aptitudes de la bella desconocida
Él ha lanzado con cierta generosidad sus recuerdos al mar
Ha ido borrando aún sus propias huellas.

Acaso sea el viento el que propague el amor
Acaso sea yo el que me consuma en el viento
Al igual que la angustia en un vaso infinitamente pequeño
Así debo desatarle las ligaduras abandonarla a sus deseos.

Es la misma mañana azotada por el mismo sol
Por el ave que me ha secundado en la noche que he dejado para siempre
Oiré ese "siempre" ese pavoroso "siempre"
Iluminado por la luz de siempre.

 

De En pleno día, 1948