LA MERDE SOURIANTE

Su lengua rígida por el pelo ya caído
La luz en la axila cavando los pantanos
Las vértebras aun menos incendiadas
Pero la voz no obstante sobre el patíbulo
La misma

Ahora el cadáver adopta una posición distinta
Hormiguean las sombras como gusanos su vientre
Sin embargo ella desvanecida a su lado
Esperando el último disparo de los sueños

He dicho que las brumas han congelado sus sonrisas
La han arrastrado por los cabellos
Hasta la desembocadura del río
Las encías se hinchan de resinas
Los labios pasan las páginas de labios

Y el imperturbable huésped tiñe con leche sus pestañas
En el mismo grado de todos sus mártires

Esta vez ella se levanta
Un gran vaso de pestañas le sirve de alimento
Baja su vista en un silencio odiado a muerte
Baja también su mano
Pero sus cabellos se transforman
Lentamente
En vapores dulces

 

De Las hijas de la memoria, 1935-1940