JEAN-ARTHUR RIMBAUD

Como la luz iba subiendo con cierto silencio por el brazo
Manadas de panteras cercaban las partes ocultas del ojo
Ese ojo cruel que todos conocíamos

Porque fermentaba a veinte leguas a la redonda
Entre blancas podredumbres de acídulas aguas

Los divinos imbéciles escuchaban los disparos en la misma oreja
Las voces perfectas divididas en muchas ascuas
Para que sólo tocasen sus tallos y las uñas
Y los gladiolos víctimas de tristes acuarios

Conocían las espaldas con tristes sorbos de alcohol
Con el viento renegado por angélicas torturas
Milagrosa en las plantas y perfumes
Pidiendo sombras por todo pavimento

Enrojecidas así merced a un celeste  vacío
Con el mismo vinagre trastornado de los ángeles
Sin el nenúfar el milano y la perla
Ni la misma acidez del corcho de sus dientes

Afuera pasaban las comunicables sienes
Los altos penachos doblando la pupila
Renegaban ellos por reino la corola
Para producir ángel o demonio
En aquella batalla de la nepenta.

Mientras tanto en París han levantado grandes fogatas
Los cangrejos rodean transparentes sepulturas
La sangre paralizada en las bocas
Como el oxiacanto en la mano del muerto

Ellos que han visto
Las brumas quemar la punta de las pestañas
En ese París de 1871
Escupido hasta en las basuras del cielo
Y el cielo que tanto amábamos
Martirizando las bocas en la misma palinodia

Pasaba de una escala a la otra
Los mil saltos azules
Por sentir la luz penetrando
En las piedras
Y el subido color de las mareas

Otros fundían los gestos
En lobos marinos cortaban los dedos
Lúnulas arrancadas a viva fuerza
Y el viento fermentado en horribles montones.

Los barcos surcaban las trizaduras del rostro
Acumulaban lanas en la punta de los dedos
Maldecidos los dulces fuegos
Y las hiedras y la pus de las flores
Cantaba la hiena el camaleón la tortuga
Y en sangrienta fuga
Le crecían corales adentro del esófago.

Rosa por alud
El aliento tonsurado
Dormida la luz
Los obeliscos doblados por horribles vientos
Y las hogueras más altas que el labio
Sobre las bebidas cotidianas
De los pobres boquiabiertos

Todos clamaban con vestiduras mágicas
Los árboles pulimentaban sus hojas
Rey por flor
Y al lado queridas videntes
Creciéndoles escarabajos alrededor
De los senos.

Muertas escupidas con los sueños pervertidos
Las levaduras al fondo de sus ojos
Cortar la adormidera la tarántula
De los buenos amigos
Y las inflorescencias más espantosas
Que la misma noche.

La clorofila en el dedo en la piel
Arrancados los sonidos
Amarga la neblina
Y el dado marcado de los golfos de Europa

Ellos tocaban sus maravillosas sienes
Con suaves relinchos crecían los ojos
Por venenos dulces
Abandonaba palabras en la boca del Infierno

Entonces crecía un fantasma
Entre sollozo y sonrisa
Se descargaban las tempestades sobre pelos arenosos
Y el fuego en la boca encendía maldiciones
Semejante a los grandes peces de su alma

Maldecían así la ciudad de los bellos olvidos
La amarga ciudad de las memorias oscuras
Hablar umbela hablar quelonio
Reina reír de la espumeante flor.

Rey por esta última noche
Por ese ojo partido en la misma tumba
Y raíces divididas como hermosos rostros

Así el párpado caía destrozado
Aguas puras le abrían el pecho
Y los cráneos revestidos con lenguas de alcohol

Rey por esta última noche
Por la flor el vampiro
Y los gavilanes lentos de su sombra
La locura por olvido por crueldad
Los sueños petrificados para siempre
Sangre, ceniza, ojo celeste de la memoria
Y la PALABRA quemada en el reino invisible
Por su propia imagen
HERMÉTICA.

 

De Las hijas de la memoria, 1935-1940