MANDRÁGORA: LA RAÍZ DE LA PROTESTA
O EL REFUGIO INCONCLUSO

Luis G. de Mussy Roa

"La actitud de los surrealistas chilenos fue ejemplar; no sólo tuvieron que enfrentarse a los grupos conservadores y a las milicias negras de la Iglesia Católica sino a los stalinistas y a Neruda. La acción y obra de Arenas y sus amigos ha sido cubierta por una montaña de inepcias, indiferencia y silencio hostil. La historia espiritual de América Latina está todavía por hacerse".

Octavio Paz, en Stefan Baciu, Surrealismo Latinoamericano: Preguntas y Respuestas.

 

 

Capítulo I: Cambio de perspectiva.



Antes de comenzar nuestro análisis central, tenemos que mencionar que existen numerosos inconvenientes con el cómo se ha trabajado, hasta ahora, el estudio del Grupo Mandrágora. Es importante aclarar que nos referiremos -in extenso- a sólo uno de ellos.

El primer problema que salta a la vista, y al cual dirigimos este capítulo, es la falta de perspectiva histórica con que se ha estudiado el tema. Hasta el momento, todos los ensayos realizados sobre esta agrupación se orientan, o enmarcan, dentro de una línea de análisis estético-literaria. Como si lo único interesante de esta cofradía fuera su participación escrita. Su desempeño en las letras chilenas. Su aceptación en el ambiente literario. Nos preguntamos: ¿Dónde está la pequeña historia de los "tres mosqueteros"? ¿Qué hay de la influencia del contexto histórico -década del treinta en Chile- en cada uno de los que participaron de esta aventura escrita y espiritual? Algo aparece; sin embargo, nos seguimos cuestionando: ¿Dónde está la respuesta? Para tener una idea al respecto, oigamos la opinión del escritor y poeta chileno Humberto Díaz Casanueva: "Indispensable resulta ahora prestar atención al saldo que deja el surrealismo...tal vez nos correspondería, en Chile, realizar un simposio, y no sólo compuesto de literatos, para tomar el toro por sus astas, fiera no rematada, sólo cubierta de banderillas"[1].

En otras palabras, pareciera que ningún trabajo, de los muchos que hay sobre el tema, considerara -en la medida necesaria- lo importante que fue el particular contexto citadino urbano en que se generó esta propuesta poético intelectual. Nos referimos, en grandes rasgos, al ya más sólido ambiente revolucionario y de efervescencia social que caracterizó, de manera radical, gran parte de los discursos del momento: ya sea político, literario, electoral, urbanístico, social, económico o estatal en Santiago de Chile entre los años 1935 y 1940. Tiempo histórico de corta duración, donde el rasgo esencial fue el interés por el cambio; por las nuevas propuestas, por la experimentacion. Momento en el cual una parte considerable de los intelectuales y artistas jóvenes quisieron lo nuevo y les bastó cualquier sueño que entregara la sensación de estar distorsionando la realidad; de estar participando, interfiriendo en los sucesos, "Era la primera vez en la historia que, en un cuarto de hora más, se iba a realizar la felicidad en la tierra"[2]. O como señala el poeta, diplomático y escritor Teófilo Cid en relación a los rasgos de aquella juventud y especialmente de sus compañeros mandragóricos, "... el vínculo generacional no lo pongo hoy, sino que lo pusieron esos años de ternura, de rabiosa y mal entendida ternura del alma... El vínculo generacional debió ser demasiado fuerte, mucho más de lo que rigurosamente se acepta como vínculo de tal clase. Corría por la sangre de toda la generación que aparecía a la vida, un fermento de extraña protesta. Ibamos a ser los campeones. El elemento subversivo proporcionado por el surrealismo hacía el resto: nos enfocaba una deliberada lucha contra la corriente"[3].

Otros atisbos posibles de dicha efervescencia: en 1933 pareció el Partido Socialista materializando una idea política que venía en auge desde comienzos de siglo; aumentó el descontento con la dirigencia del Estado y con la dictadura de Ibáñez; las posiciones comenzaron a radicalizarse, crecieron los fascismos, los jóvenes estaban inquietos. El cuestionamiento de los esquemas políticos fue -para superada la primera mitad de los años ´30s- mucho más serio y específico que durante la década pasada con el León de Tarapacá. Como señala un joven de la incipiente Falange Nacional y futura Democracia Cristiana: "Al expresar nuestro pensamiento de verdadera estirpe revolucionaria, queremos decirle al Partido Conservador que miramos muy lejos y que nuestro grito, en el alto sentido de la palabra, no es de paz ni de concordia, por el contrario, es de revancha. Revancha contra un siglo que debe rectificarse en el sentido de imponer la suprema, la impetuosa, la verdadera revolución. Ningún hombre de esta generación que vio la guerra y la desocupación o que las presintió desde lejos, ninguno de nosotros está tranquilo con su existencia burguesa. Nadie ha pensado en hacer el porvenir ni en construir una situación económica. Estamos preparados para una cosa esencial, para algo que pone tenso los nervios y agita el corazón"[4].

En materia de elecciones, la victoria de Pedro Aguirre Cerda (1938) fue lo más significativo. Se marcó un hito en la historia nacional: los radicales y la izquierda pasaron a dirigir el aparato estatal. Como dice Oscar Pinochet de la Barra: "Nadie se esperaba el triunfo del Frente Popular y la derrota de Gustavo Ross"[5]. Se inició una renovación en el aparato estatal. Lo más ilustrativo del periodo, entre otras cosas, fueron la gran industrialización, la infraestructura que se desarrolló como también el crecimiento un tanto desproporcionado que evidenció el Sector Público y la poca efectividad que -a la postre- demostraron las iniciativas estatales.

A su vez, en el aspecto citadino, nuestra capital evidenció un incipiente aunque definitivo interés por la Arquitectura y el Urbanismo[6], desarrollándose importantes obras materiales como el Barrio Cívico y la introducción de las nociones de Arquitectura Moderna y de Urbanismo en algunas de las políticas públicas.

Socialmente se consolidaron los sectores medios, como señala H. Godoy, fue la época de "la hegemonía Mesocrática y de las corrientes modernas"[7]. Hasta 1938, la clase media no tuvo mayor significancia en los destinos del país, sin embargo, a partir de la fecha señalada, esta "conciencia de clase"[8] comenzó a demostrar que constituía una fuerza dentro del espectro nacional. Participación mesocrática.

En economía, se inició en 1938 el periodo de la Sustitución de las Importaciones. La nueva propuesta, en términos generales, era que nuestro país debía ser autosuficiente y apartarse del comercio internacional. Introspección económica y proteccionismo aduanero. "La política económica aplicada por el Gobierno de Pedro Aguirre Cerda y sus sucesores radicales, intentó desarrollar nuevas fuerzas que estimulasen, desde dentro, la actividad productora nacional"[9].

En lo que respecta a la poesía de la época, podemos decir que se consolidó el espíritu nuevo: lo válido fue quebrar los canales de expresión propios del periodo decimonónico; la obra clave de la lírica nacional fue la "Antología de la Poesía Chilena Nueva" de Volodia Teitelboim y Eduardo Anguita de 1935; en narrativa sobresalió la "Antología del nuevo cuento chileno" de Miguel Serrano, donde inclusive colaboraron Braulio Arenas ("Gehenna") y Teófilo Cid ("Los Despojos"). Así mismo, existió todo un sector de la letras nacionales que defendió el naturalismo y la concepción del hombre como el resultado de los procesos sociales y económicos. Como aparece en el prólogo de la recién citada antología, "El influjo de las corrientes artísticas surgidas en el clima psíquico que gestó la guerra y de las tendencias aparecidas a raíz de ella, inauguran en Chile el periodo más rico de la poesía... Por fin la poesía nueva adquiere contornos definidos hacia 1925... En 1926, por primera vez en Chile, se inaugura una exposición de caligramas, en la cual exponen Rosamel del Valle, Díaz Casanueva y Gerardo Seguel después la poesía se liberta de este estado de agraz. Hoy, prosigue caminos puramente constructivos, ya superados los días de batalla contra una poesía caduca y los años de ensayo. Una juventud estudiosa crea ahora libre del peso del pretérito"[10].

Nos referimos a tiempos en que se quiso, más que nada, transformar, redefinir nuestro carácter, nuestra identidad. La vehemencia del discurso revolucionario estaba en Santiago. Los años treinta fueron una "década clave" en el desarrollo cultural del país. Como se afirma en el libro "Chile en el siglo XX", de Mariana Aylwin y otros: "En la década del ´30 la capital chilena estaba lejos de ser aquel aldeón terroso de antaño y se había transformado en una ciudad cercana al millón de habitantes, invadida por automóviles, grandes edificios y por una masa humana que ya no levantaba sus ojos ante el sonido de un avión. Se había producido una verdadera revolución en las costumbres como consecuencia de la modernización de Chile... Las décadas de 1930 y 1940 fueron de un gran dinamismo cultural, que se reflejó en las nuevas expresiones, que adquirieron un carácter más cosmopolita y comprendieron a amplios sectores del país"[11]. En pocas palabras, un periodo histórico con una sensibilidad cuestionadora y penetrantemente analítica que determinó y configuró directamente a una parte importante de la juventud instruida del momento. Esta es la perspectiva necesaria para comenzar a acercarse a Mandrágora. Como dice Marc Bloch, recordando un proverbio árabe, "Los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres"[12].

Resumiendo, es posible pensar, que ya para fines de la década del treinta, algunos importantes sectores de la sociedad, -cada uno a su manera- y especialmente los jóvenes del momento, evidenciaron el ambiente de críticas e ímpetus por el cambio propio de la época que estamos revisando. La estabilidad de comienzos de siglo -la manifestada en el discurso del centenario- si es que realmente la hubo, ya no existe. "Hija de una época turbulenta, la generación del 38 se identifica hoy con el triunfo del Frente Popular y con la masacre del Seguro Obrero... En medio de estas convulsiones creció un grupo de jóvenes que sólo podía mirar hacia el futuro. Sintiendo, como nunca, que ya no bastaba con la sensibilidad social y que el mundo exigía un compromiso. La consigna era arriesgarlo todo. Incluso la vida"[13]. En este ambiente lleno de manifestaciones vocacionales debemos ubicar los inicios del grupo surrealista chileno.

Continuando con lo de las insuficiencias en el trabajo del tema que nos interesa, particularmente con la falta de visión histórica en el análisis del Grupo Mandrágora, es decir, con la poca consideración que se hace del contexto rupturista y de transformaciones propio del periodo, es urgente aclarar un par de situaciones. Lo primero, volvemos con lo de la perspectiva, es que esta tentativa por transformar la realidad, revancha para algunos, revolución para otros, simple cambio para la mayoría, -ya bien definida a fines de la década del ´30 y comienzos de la del ´40- alcanzó, al parecer, a un número importante de la población joven más o menos instruida de la época. Para nosotros, aquellos que conformaron el conglomerado de intelectuales y artistas que empezó a consolidarse durante los años treinta; donde, como ya señalamos, el rasgo fue el interés por el cambio.

En otras palabras, dentro del sector generacional que nos interesa de la sociedad del momento, se generó un contexto cultural dominante que, pese a lo heterogéneo de los participantes y de sus pertinentes propuestas, mantuvo un especial carácter homogéneo entre ellos: el rupturismo, el ímpetu por la renovación, por la búsqueda, por la consolidación de lo nuevo. Especialmente los jóvenes políticos, los jóvenes poetas, los jóvenes actores que formaron el Teatro Experimental, los estudiantes Nacistas del Movimiento Nacional Socialista chileno que se sacrificaron en la "Torre de la sangre", los jóvenes católicos de la Anec, los nuevos economistas, como también los mandragóricos, soñaron con la transformación del hombre y de la sociedad.

Para uno de sus actores, el historiador Mario Góngora, el asunto es bastante claro, "...lo que hicieron estos grupos (o en todo caso, pretendían estar haciendo) fue romper definitivamente con la mentalidad del Chile del siglo XIX. A su manera, continuaron con la autocrítica de Chile, comenzada alrededor de 1900 por tantas figuras del mundo del pensamiento y del arte"[14]. En este sentido, creemos que quizás sea por este mismo afán rupturista que caracterizó a los jóvenes del periodo, que algunos hayan planteado pensar a Mandrágora como una voz de negación, de censura hacia la "realidad"; en otras palabras, una tentativa por la superación marginal y selecta de la contingencia, una redefinición del mundo demasiado elitista y hermética para una sociedad -como la chilena- tan inepta y reacia a propuestas vanguardistas e innovadoras como las que estos jóvenes pretendieron realizar. El que haya sido lo uno o lo otro, está por verse. Lo importante es que los mandragóricos constituyeron una de las voces -de protesta- más singulares de la época.

Lo decisivo aquí, es que la opción de vida y la alternativa de expresión artística e intelectual que tomaron Enrique Gómez C., Teófilo Cid V., Braulio Arenas C. y Jorge Cáceres, como muchos otros de sus coetáneos, y que posteriormente se plasmó, en este caso preciso, en una fértil obra creativa, literaria en lo fundamental, fue realizada -y estuvo- bajo el todopoderoso signo de la época que nos interesa. El estigma de la generación que nació entre las dos Guerras Mundiales, que vivió la Guerra Civil Española y que cayó con la Crisis Económica de 1929. Que vio nacer el Comunismo, que habitó el Santiago de fines del Parlamentarismo, del "ruido de sables", de la "nueva" constitución de 1925, de la "partitocracia", de la cuestión social y obrera, de la pelea por el poder entre el "León" Alessandri y el "Caballo" Ibáñez, de la matanza de la Caja del Seguro Obligatorio, del triunfo del Frente Popular, de la guerrilla literaria, de la definitiva migración de provincia hacia la capital, etc, etc. A esta juventud -llena de espíritus libres- dentro del quehacer cultural de nuestro país, clavamos la mirada.

Como afirma la historiadora Patricia Arancibia en relación al tema, "¿Qué había de común en ellos? Cuál más cuál menos, la mayoría había nacido alrededor de la década del diez y por lo tanto vivieron su niñez, adolescencia y parte de su juventud enfrentados a la realidad histórica crítica y compleja que le dio un sello propio a toda la generación: el mundo del periodo de entreguerras... Poco a poco, en forma natural comenzaron a adquirir conciencia de las pugnas ideológicas y militares entre las grandes potencias; presenciaron el surgimiento y consolidación de los grandes "ismos" contemporáneos, experimentaron el efecto de la crisis económica de 1929 y tomaron apasionado partido a favor o en contra de uno de los bandos tanto de la Guerra Civil Española como, posteriormente, de la Segunda guerra Mundial"[15]. Sin más rodeos, falta considerar, en palabras de Klaus Muller Bergh, cómo el Zeitgeist[16] -el espíritu particular de cada tiempo histórico- en este caso el de fines de los años treinta y comienzos de los cuarenta, tiñó gran parte de las actuaciones de los jóvenes intelectuales de esa década en Chile, especialmente a los que compartieron los postulados de la vanguardia artística e intelectual de carácter surrealista.

En definitiva, creemos que a los trabajos realizados sobre el tema -surrealismo en Chile, especialmente para el caso del Grupo Mandrágora- les escasea el estudio de las características particulares del tiempo específico en que se desarrolló este vanguardismo nacional. No hay suficiente relato histórico en los análisis. Es como si el contexto que enmarcó el accionar y obra de estos "enfants terribles" no fuera determinante a la hora de intentar entender lo que fue realmente la propuesta y la existencia de esta cofradía. ¿Dónde está la relación con el resto de las voces de fines de la década del ´30 y comienzos de la del ´40? (No sólo dentro del ambiente de las letras). ¿Qué referencia hay de los innumerables acontecimientos bélicos, en Chile como en el mundo, que ocurrieron durante los primeros treinta años de este siglo y que determinaron de forma directa a todos los que vivieron el periodo de entreguerras? ¿Qué significó la crisis económica para el mundo en general y Chile en particular? ¿Qué repercusión tuvo la Guerra Civil Española en los pensadores y artistas chilenos? Como recordara Luis Oyarzún, "Los que hoy tienen menos de treinta años apenas si podrían imaginar el efecto psicológico de aquel hecho (la Guerra Civil Española) produjo en todo el mundo y especialmente entre los escritores latinoamericanos. Aun a los más jóvenes, nos obligó a un examen de conciencia y a una toma de posición. La guerra de España nos hizo vivir concretamente el hecho de la solidaridad humana y no reveló los deberes civiles que pesan sobre el artista"[17]. Lo que queremos decir, es que las menciones del contexto mundial y especialmente del chileno, que se hacen en los estudios de carácter literario sobre esta agrupación surrealista son escasas. Poco se habla de la efervescencia general que condicionó el pathos existente en la capital chilena y que, a su vez, explica -en gran medida nuestra tesis- de porqué el grupo Mandrágora es un digno ejemplo de su tiempo; si se quiere, de esa sensibilidad particular que determinó a gran parte de los jóvenes de la época.

Aclarado el tema de la perspectiva de estudio y la especial orientación que estructura esta monografía, es importante recalcar que para nosotros la cuestión es totalmente distinta. Independiente de lo que se pueda decir de la obra de los surrealistas chilenos, en virtud de una valorización poética o estética, o de un análisis de su difusión y acogida en comparación a otros escritores -y a pesar de que a nuestro parecer este trabajo aún no se ha realizado cabalmente- es que queremos reconstruir un registro histórico del paso de Mandrágora por la escena cultural chilena de la época. En fin, ir más allá de los análisis y críticas netamente literarias, solamente ir.



[1] Díaz Casanueva, Humberto, Sesenta años del surrealismo (La escritura automática), Atenea N° 452, p 22.

[2] Arancibia C., Patricia, Mario Góngora En busca de sí mismo 1915-1946, p 30.

[3] Cid, Teófilo, Hasta Mapocho no más, p 13.

[4] Ricardo Boinzad en la Convención de 1935 del Partido Conservador. En Alfredo Jocelyn Holt, El Chile perplejo Del Avanzar sin Transar Al transar sin Parar, p 67.

[5] G. de Mussy R., Luis, Entrevista a Oscar Pinochet de la Barra, Santiago, Agosto de 1999, inédita.

[6] En el Capítulo siguiente nos referimos a este asunto.

[7] Godoy, Hernán, La cultura chilena, p 490.

[8] Al respecto es muy útil el libro de Alfredo Yocelyn Holt, El Chile Perplejo del Avanzar sin Tranzar al Transar sin Parar, Editorial Planeta, Santiago, 1998. En especial el capítulo II, La llaga secreta, páginas 53- 86.

[9] Aylwin, Mariana, et.al,Chile en siglo XX, p 167.

[10] Anguita, Eduardo y Teitelboim, Volodia, Antología de la poesía chilena nueva, primer prólogo, sin referencia de página. Editorial Zig- Zag, Santiago de Chile, 1935.

[11] Aylwin, Mariana, et. al, op cit, p 183.

[12] Bloch, Marc, Introducción a la Historia, p 32.

[13] Guerrero, Pedro Pablo, Generación del 38: La hora del....", El Mercurio", Revista Libros, 7/3/1988.

[14] Arancibia C., Patricia, op cit, p 28.

[15] Arancibia, Patricia, op cit, p 29.

[16] En términos historiográficos, el concepto Zeitgeist puede ser aplicado a la interpretación de la sensibilidad particular que caracteriza y es atribuible a cada una de las diferentes estructuras históricas posibles de distinguir. El espíritu o la sensibilidad propia de cada época.

[17] Luis Oyarzún en Pedro Pablo Guerrero, op cit.