CABALLITOS CELESTIALES
Cuando los ojos son heridos por los negros cetáceos
Que
la noche contiene en sus redomas
Y
nada puede la voluntad de paz
Ni
nada puede la filial campana de la sangre
Y
sí todo lo puede el gañir del perro.
Entonces,
sólo entonces he podido comprender la miseria de los guijarros
Que
hieren la exultación del pie.
Entonces solamente he sido fuerte para darme
en
el sonido obscuro de la amplitud despierta.
Como emblema imperial
El
mundo entre mis párpados
Ya
nada sabía, o solamente acaso
Para
atraer la incertidumbre de los astros.
El mundo era una costa evaporada
Un
puerto arrojado más allá de sus mástiles natales
Un
designio en la flecha que ha de golpearnos la espalda.
Sin embargo,
Los
negros cetáceos,
o
más bien os pulpos de seda
Que
urgidos y alentados por meridianos de fiebre
Recorren
las planicies de la noche
Me
iban despedazando
Me
iban acorralando contra las sábanas,
en
donde,
mi
cabeza era vernal
Candor
de agotamiento.
Y yo creía entonces que ella iba a madurar
Como
los astros en la cordillera
Y
que el cielo era su polen;
Pensaba
que os astros terminarían
por
cubrirla con su impalpable amparo.
Pero
pulpos emanados de un zodíaco de hambre
la
abrazaban, estrangulándome
la
acorralaban, estrangulándome,
decapitando
la fruición
que
existió hace años en mi sangre.
Los ojos en la noche son como abejas idas
!Y
no hay miel que arrebatar en tanta flor proscripta!
Las miradas, lo mismo que el calor
Desnudan
la materia y la iluminan,
Mostrando
lo que hay de manantial
En
cada cosa y en nosotros, todavía.
Somos negros manantiales en la noche.
En
sus orillas de acritud resplandeciente
Sus
lenguas embeben las faunas del desorden
Y
el firmamento a veces se esponja
Como
la espuma de lo eterno en una copa sórdida.
Desde su copa sórdida las faunas ácratas caían
Sin
que hubiera espada capaz de combatirlas.
Su
presencia quedaba inscrita allí
Como
el hálito y fulgor de los mármoles cautivos
Era
inútil pensar por eso en las pisadas de los vientos otoñales.
Todo
Todo
parecía conspirar
Contra
la aurora que crecía insobornable.
Y aunque dicen los autores
Que
la voz del galo es soplo
Destinado
a barrer las miserias de la noche,
no
se oía su canto auroral.
Sólo el silencio
El
silencio hecho de llantos prácticos
Sólo
el silencio
Como
un huevo caído del espacio
Sólo
el silencio
Como
el canto de los ojos entreabiertos
Sólo
el silencio
Sexual
y místico.
Es cierto que ese canto auroral
Quedaba
más allá de os limites urbanos
Extraño
país aquel
Robustecido
por los huertos
Por
las alquerías lejanas
Y
el caudal de los huevos empollados,
Fragante
país, por cierto.
Hasta mí
Sólo
llegaban los llantos
De
los hombres dormidos
Sufriendo
sin saber por qué
Y
sentía que era híbrida sustancia
En
parte realidad, en parte sueño absorto,
Era
el saco de carbón de mi propia vía láctea.
En ese instante, ay, mis dudas eran
Gigantescos
cetáceos que me golpeaban con sus colas enormes.
Me
sentía tan solo,
Como
el alma del mal o de la noche.
Entonces,
con regocijo casi lúbrico,
Los
oía aproximarse en cascadas interminables
Anunciando
la llegada del sol
Con
pasos trémulos y esbeltos.
Yo
sabía que la cadencia de sus cascos musicales
Eran
el primer anuncio de los hábitos solares.
Caballitos de la aurora,
galopad,
galopad
Que
mi pecho ya desborda.
Caballitos de la aurora
galopad,
galopad;
traedme
el día,
las
sombras alejad.
Al rezar de esa manera yo creía
Que
corceles celestiales
Las
calles invadían,
Ahuyentando
con las llamas de sus patas
La
aprensión de las sombras antiguas.
La verdad que eran caballos celestiales
Los
que oía
Cuando
la noche iba entero a devorarme.
Eran ellos mensajeros de los júbilos celestes.
Brillantes
mensajeros, ebrios de sol
Conducían
grávidas las cargas frutales
Nutricias
materias del último arrebol.
Traían la gracia de las comuniones
La
carne de la tierra
Su
sangre
Sus
lágrimas ecuánimes y tiernas.
Caballitos, galopad.
Las
sombras,
Las
miserias del mundo
Borrad.
| De: Nostálgicas mansiones, 1962 |