III

 
 
Dentro de la melodía de una muchedumbre
No es problema mirar nuestro rostro.
Nuestro rostro continúa su escala musical
A través de la savia de palabras populares
Que lo van empujando hacia la cumbre.
  La cumbre es mi soledad.

 En ella veo reflejado los rostros
Que nunca pudieron causar destello en otra parte
Que no sea en mi corazón,
Breve espejo dolorido.
  La cumbre es la soledad
De esta alcoba, donde el amor fue sólo amor prestado
Y la pobre caricia fue un lanzazo de costumbre
En la cadera de amor ensangrentado.
  La cumbre es la soledad, donde los años
Como pájaros nocturnos
Azotan el perfil.
  La cumbre es la soledad,
Mas soledad presente llena de valles
Y formas de villorrios estremecidos;
La cumbre actual, donde mi rostro
Es grave flor, inclinada hacia el abismo.
  Más allá de su perfil, comienza da muchedumbre,
Los rostros descompuestos por la ira colectiva,
Por el ansia colectiva, por la risa colectiva.
Mundo de resplandor en cuyas fauces
Sentimos que se muelen nuestros sueños
Cada vez que estamos solos,
Sin el prójimo preciso que nos habla y nos llama por el nombre
(Ese nombre que es un tatuaje sobre la vida).
  Más allá de la ilusión
De nuestro yo, tambaleante y desconocido,
Comienza la seguridad de las cosas,
El amanecer eterno de las cosas
Y también la rosa eterna que ha ocupado nuestro canto
Y ocupándolo de lleno lo ha colmado con sus pétalos.
  Comienza por igual el cuerpo amado
De la mujer y sus costumbres,
Antiguas como el mundo.
  
 
*
 
 
                   Oh Señor de la frontera
Oración      Tú que guías el paso de las aguas
                   Por dédalos de siembras y de bosques
                   Sin que nunca desorientes a los hombres,
                   Vuelca el polen de tus flores
                   En la voz de los poetas de mi tierra,
                   Dales ánforas de miel a sus palabras
                   Y conviértelos en piedra
                   Si no cantan lo que ven.
  Sus ojos pueden ver sobre el duro pavimento de las ciudades
Donde crece la flor carnívora del imperialismo,
Reflejada en remanso de ira la sombra del Dante;
Él nunca renunció a vaciar la miel de su corazón,
Aunque el ánfora externa fuera ánfora trizada.
  Pueden ver la palabra
De estos albos pordioseros aquí presentes,
Altos como la luz, numerosos como la yerba,
Mendigos de salud bajo el oro inclemente.
  Pueden ver a nuestras hijas
Amasadas por el peso de los sueños solitarios,
Transformadas en hienas transparentes,
Ella s, que fueron lo mejor de cada calendario.
                     Oh Señor de la frontera
Oración      ¡Sumergido en agua santa...
                   Etc. Etc. Etc.

 
 
*
 
 
Donde se abren las colinas
Y el efluvio de la encina
Forma un rostro inmemorial.
Sumergido en mi egoísta resplandor
Falto de nombre ya, como caído,
Alguien a mis ojos golpea como en una puerta
Y el sopor de sus goznes invisibles
Deja vagar la herrumbre de los sueños ya olvidados;
Alguien atraviesa el umbral de sus pupilas
Y alguien me está mirando desde adentro.
  Su armadura resplandece cual aguja del pajar.
Su rostro curtido por el mar
Nace en el brocal de la gorguera
Como el astro de la fábula, en el pozo, sumergido.
  Alonso Cid         (Don Alonso, don Alonso, padre fuiste
Maldonado.         De los hombres que llevamos tu apellido)
  El misterio pasa del nombre al apellido
Nombre plural que va de padre a hijo
Como trozo de la célula inmortal.
  El misterio cruza la fugacidad de las ideas;
Rompe las bridas del instinto;
Quiebra los tímpanos del vaso en que bebemos;
Triza el placer y, en su espuma, se ahonda.
  El misterio es la escarcha del placer evaporado.
Cualquier mujer lo encierra,
Porque puede abrir las puertas
En cuyo umbral espera
La eternidad.
  Por eso, sombra amada, tú no has muerto,
Aunque tus huesos sean flores en el viejo camposanto;
Puedo siempre revivirle en la crueldad de mis deseos.
  (La ciudad ha perdido los ecos.
Sombría como un dios de negra estirpe,
La ciudad nos acicala para bebernos).
  El misterio del nombre, dueño del tiempo
Es vuelo nupcial del pensamiento
Al encuentro de su almendro.
  El misterio del nombre es lo puro que conservo
Después de perderlo todo;
Aprisiona mi fugacidad
Entre mallas donde el tiempo
Es rocío de un cielo intemporal.
  El misterio del nombre que llevó mi padre,
Mi abuelo y el padre de mi abuelo
Fue fontana de los sueños que me animan a mirarte
Raro rostro que ya apenas reconozco.
  Puedo verlo a la cabeza de mis pensamientos
En todos los lugares que frecuento
Raro rostro que obedece a mi nombre
  Y cuya edad dorada tiembla en el agua, como un junco,
Rostro, pilastra vencida por el mundo.
En su torrente es breve parte
Como el árbol que el otoño amarillea en el estanque.
  
 
*
   
Cuando sacudes tus viejas imágenes
Tiembla la siesta y el zumbar dorado de la abeja.
El aire crudo tiembla sobre el tórax de las vírgenes
Y comienza la siega.
  Filo de trino rasga la seda que te envuelve todo
Y los párpados rasgados abren ancha la mirada
A la noche evaporada que fomenta cada ser.
  Desde nuestro corazón suben ágiles columnas
Que constituyen ante el sol una mágica ciudad,
Una mágica ciudad bajo el toldo de los bosques.
  La miro crecer bajo mis pies
Y pienso que sus casas son los huevos que empollaron los ojos de Colón;
De estos huevos han brotado los orígenes de sol
Que yacen dentro de mi corazón.
  
 
 
*
 
Canción
                 (Recostado en las márgenes dulces del río Cautín
                 Te vi crecer, ciudad, con tus ecos entrañables
                 Y pensé que allí mi madre
                 Fue una flor de tu jardín)
  Podrías arder con los árboles del bosque;
Recibir la visita de la ira nocturna;
Convertirte en el cimiento de la muerte:
Pero un algo en ti, ciudad, perduraría,
La semilla de piedad que queda siempre en la crueldad
El átomo de luz que vacila en sus alvéolos
Y que estalla en la verdad.
  Lo único que muere es nuestra forma,
Lo que dimos a las cosas y que éstas no pidieron
Porque las cosas viven más allá del desarreglo de nuestros sentidos.
Nosotros...lo que hacemos son caminos, son caminos,
Nada más que caminos, caminos condenados de antemano a ser borrados
Por el viento y el destino...
  Las cosas en cambio son un brindis ante el sol.
  Permanecen, mano alzada sobre el tiempo,
Cuando morimos,
Y nunca sabremos si la conciencia que articule su imparcial hegemonía,
Un recuerdo de nosotros mantendrá,
Como al sol, los racimos.
  La ciudad bajo la vista abre hondo encantamiento a las pisadas
Y el lenguaje es aderezo de la niebla
Que ha brotado de mi vista ensimismada.
  Su futuro es retornar. Cuando me veo,
De ciego, transparente,
Bajo el agua del espejo,
Siento enormes las anémonas actuales.
  Cada una por sí sola fue un jardín
Donde un pájaro libó,
Cada una fue un jardín...
  Jardín la yerba de mis ruinas,
Jardín la soledad de mis pupilas,
Jardín también la piel de estambre
Y jardín este silencio que me asila.
  Todo fue jardín cuando en esta ciudad vivía
Y mis sueños eran cosas todavía,
Cosas vírgenes del tacto personal que nos apresa
Nos aduna y nos aqueja, llenándonos de melancolía.
  
 
*
 
 
Comenzamos por ser cosas, terminamos siendo cosas.
Pero el tránsito es tirante como un arco que tratara
De golpear el firmamento;
En el tránsito olvidamos lo que somos
y creemos ser eternos;
Más que cosas, la raíz del mundo entero.
  El mundo vive fuera de nosotros
Y es alegre en sus catástrofes corrientes
Con un júbilo de cúpula o de aroma.
  
 
*
 
 
Canción          (El mundo está existiendo
                       Sin saber que estoy muriendo).
  
 
*
 
 
Está fuera de nosotros,
De esta cosa que piensa al aire libre
Con un claror de lobo transfigurado
O tal vez como una joya de preciosa putridez.
                        (Cosa, cosa gozosa de ser la cosa
Canción         La única cosa que sabe que es cosa
                      ¿Dónde estarás?)

 
 
*
 
 
Yo recuerdo una vez en los ríos del sur,
Las dulces paletas golpeaban el agua,
Sentía junto a mi rostro,
La arboladura de tus palabras.
  Felices aves que allí emigraban
Eran el verso de aquella estampa.
  ¡Oh sombra amada
Cruelmente desenterrada!
  Recuerdo tu rubia cabeza
El fulgor de tus modales
Cuando pensé que eras de carne;
Que si hermosa eres
Era porque tu sangre
Recogía el tributo de los más hondos valles
Y que el fuego que había
En los frescos paisajes
De tu cuerpo insinuante
Era fuego prendido en el tótem de ulmo
De mis montes tribales.
  Yo recuerdo haber visto en ti a Chile
Y en tu vientre dorado florecer sus rosales.
Huésped extraño a la luz del crepúsculo,
Ondula en débil talle
El peso de la óptica extranjera
Y un sabor a idioma me aprisiona el rostro,
El rostro de la raza entera.
  Sigo siendo lo que era.
No importa que abrevien mi lengua
Y que marzo ya no sea primavera.
  Tendré el cabello blanco,
Pero siempre ha sido blanca la vejez de una raza
Y mi raza es tan vieja como la tierra.
  Centinela, quedaré guardando
Los huesos antiguos, en espera
Que mi propio cuerpo caiga a la huesera.
  Miraré otra vez entonces los rostros familiares
Alineados como topos de cristal o de topacio
Junto a mi esqueleto blanco
Y la noche estará presente y perdurable
En el último arrebato
De esto que es mi cuerpo aún, mi sangre...
  Podrá debilitarse el cielo
El perfume que ondea en sus banderas
Y en la fucsia capital que allí domina
Condensarse el sol de la primavera
Como el oro de una mina.
  Estaré bajo el césped de la pradera.
Mis ojos serán auto del verde perennal
Que siguiendo la ruta de las venas
Colma de sombrío cristal
La alegría de la tierra.
  Podrá cantar el aire entre la yerba
Como en una cabellera...
Estarán mis ojos abiertos en el fuego
Al crepitar de las consejas
Que reciben los niños
De labios de sus abuelas.
  Será mi forma de pensar más allá de mis penas,
De mis memorias placenteras,
Una forma de pensar a través de las sienes
De vosotras ¡oh lágrimas verdaderas!
  Mi cuerpo estará en la tierra;
Pero algo escapará a vosotros, como un sopor de siega,
Y en el aroma de lo anónimo y difuso
Chispeará mi presencia,
  Tornaré a las flores siempre
Que la palabra flor cante en los labios,
Pues tengo que la muerte
No es más que sutil engaño.
  Si hemos sido cosas y cosas quedaremos
No vale ya la muerte,
Pues vive en la función de cada cosa
Una rosa intemporal,
La cual rinde su marchitez
Sólo en relación al hombre.
  Si vierais vosotros, hombres que viviréis mañana,
Con qué extraña atadura me amarro a la vida,
Yo, que tengo los días ya contados
Por la gran contabilidad establecida;
Con qué voluptuoso imperio
Deshago las citas
Con que muerte me asedia.
  
 
*
   
La voluptuosidad emana de la conciencia misma
No es sexual como lo quieren los dañinos.
Es ardiente fumarola
De un hervor abstracto y desconocido,
El mismo hervor que aflige a los paisajes
Allá donde la hoja tiembla bajo el rocío,
Pura sensación, fulgor desvanecido...
  La voluptuosidad es canto del estío,
Con sus grandes girasoles
Y el ulular de los óleos de los grandes amarillos...
  La voluptuosidad es ésta que viene hacia mí
Con su taza de temblor;
Envuelta en pliegues de rubor;
Esto que cruza el tiempo y viene hacia mí,
Mojada de placer como una loba;
Enhiesta, en su rubor desvanecido.
  La voluptuosidad es carecer de nódulo central
Como las calles donde arrastran su paciencia las miradas
En un pánico de ardor sentimental.
  Es beber, en la naranja, la risueña palidez
De un amor que fue perdido,
Y temblar como la espada en el costado
De un guerrero ya vencido.
  Es llorar, porque sentimos
Que la sed nos adelgaza
A mitad del gran desierto
Y sentir que en ese lloro transparente
Nos diluimos,
Abrazados al silencio, como a un cuerpo.
  Es placer de arrebujarnos en la carne;
De querer nuestras miserias,
A pesar de que hay estrellas
En la muerte.
  Mirar nuestro semblante
Con aguda sensación de acariciarnos,
Porque en cada rostro humano está su padre,
Viviendo como un pétalo caído a flor de aguas.
El placer que el padre amó
Nos ahonda las miradas.
  Voluptuosidad es nudo corredizo
Para unir lo imponderable
La tibieza en el dominio de lo práctico
A la antigua frialdad que creció en balde.
  Es salir del egoísmo
Donde pastan los rumiantes del estío
Y vencer el aire puro
Con batir de polen esparcido.
  Mi rostro estaba ya,
Madre, en tus suspiros.

 

De Camino del Ñielol. Santiago: Ediciones Renovación, 1954