POR EL CAMINO DE LA GRAN PIRÁMIDE POLAR

un par de guantes abandonados en los grandes desiertos
acariciados por el fuego de los paisajes polares
a quien ellos sonríen
a la llegada del gran oasis ardiente
cuando lanzan miradas de socorro
a los extremos de sus extremidades criollas
sin un sólo gesto se habitúan a las manos de musgo a los pies de guijarros
las arrugas de dos guantes olvidados
cuyo color azul encanta a las estrellas de mar
en los invernaderos cuyos zócalos son viejos aserraderos
que respectivamente son dos pájaros de cuello de paja
que cantan en el follaje de los árboles blancos
cuyas raíces se diluyen en la arena blanca
redes multicolores donde caen los estorninos que sonreían otras veces
cuando entre sus alas veíamos los grandes abanicos de coral
y dos grandes guantes azules que confundíamos con sus alas rosa
a la venida de las tempestades en medio del bosque hay un lecho rojo
y a lo largo de las calles se rompen las fuentes de los climas de nieves
las últimas fuentes de los locos sonríen a los paseantes mestizos
alrededor de una pequeña estatua en el jardín de las familias de los federados públicos
contra un fondo de otras estatuas en los jardines de las familias de los federados públicos
ella no es más que el grito de despedida
o el llamado de las casualidades
a la pasada de los ciegos ella sonríe los encanta
cuando las ventanas de los liceos de la isla se han abierto por última vez
por última vez para las muchachas holandesas
más tarde ellas estarán mudas sobre cojines de carbón
contemplando el progreso del verano
sobre sus senos hay una red de polvo de copas bien molidas
que contienen los perfumes de los plumajes los cabellos de arco iris
ellas escogen perfumes encantadores en las vitrinas del tabaco
perfumes  sin impuesto cuando ellas nadan sin disolverse
que se queman sobre grietas alineadas en forma de A a lo largo del Kepís
dejando viejas manchas que es posible confundir con mostachos quemados
o con solapas hervidas en frasco de esterlina con sus respectivas etiquetas Smith y Cía.
servidas como ravioli en las mesas de los centinelas
hermosos centinelas árabes de la legión en la cima de las alcachofas
sus ojos están vacíos desde hace mucho tiempo
sus ojos han abandonado sus antiguas cáscaras
en los bolsillos de sus guerreras ellos cazan las últimas migas de pan
sus dientes están bien dispuestos a la sonrisa sala a la sombra de la arena
por el camino de las grandes esfinges de la costa
los niños aprisionan las pulgas de mar cazadas en los pararrayos
que caen saltando a la cubierta de sus armarios sin tapiz
sobre la gran pirámide polar
el cangrejo gira a la entrada del bosque
sus ojos bastan para el refugio  de las hojas
una mueca y el paisaje cambiará bajo el peso del cielo que se mueve
sin disolverse en los fuegos primaverales
en los ojos infantiles
donde todos los plumajes se han quemado
cuando los primeros colores de sus ojos se mezclan a los gritos de la colina
ellos sonríen las piernas cruzadas los talones prestos a golpear
solitarios en una cámara roja resbalarán por el canal del gas
a los pliegues del techo

a la ensalada donde las moscas se pegan
pues la mayonesa es demasiado santa
delante de dos personajes bastante familiares
que André Breton ha pegado sobre la estepa
en recuerdo de las grandes alas que baten en los desiertos

o del encuentro fortuito de un tornasol
y de un juego de cartas
en una superficie
de carbón
los pájaros descubren que la sombra de sus alas bate allí también
en el cielo de fuego
ellas seguirán un aire más fácil
pero menos mudo
que la sombra de esta estatua que amenaza al gran viento del oeste
en cuyo desarrollo yo he clavado mis miradas
con un gesto de despedida
al pasar

 

De Por el camino de la gran pirámide polar,1942