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Me detendré algún día cualquiera, rendido por el viaje, muerto de hambre y sed, a la sombra de las cariátides.

¿Envidiaré entonces la libertad de sus brazos, el deseo de sus narices y el orgullo de sus frentes? ¿Aplacaré mi sed con el espejismo de estrellas de mar? ¿Olvidaré mi amor en la Torre de Fuego?

Enloquecido por el peso de las heridas, si yo tendré entre mis manos un ejemplar de "La Mecánica Celeste", lo escupiré cuantas veces me sea posible, en nombre de un sueño que me ha tratado mal, del cual vendré saliendo en esos días. Yo no leeré sino el enigma del verano, y desprovistos de una sombrilla protectora, mis ojos se cubrirán de torturante nieve.

Yo estaré bien solo, en el centro desierto, al pie de una gran roca coronada por un faro, y me veré rodeado de Tempestades durante la noche. A la llegada de la luz todo ha de cambiarse. Escucharé, entonces, el chocar de las copas que los gavilanes desentierran de la arena, donde han permanecido por espacio de varios siglos.

Yo estaré bien solo, al fondo de la arena de todos los  desiertos, esperando la hora más sola, cuando seré librado de todo deseo de los últimos despojos de poesía. En el último   territorio del amor.

 

De René o la mecánica celeste,1942