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Si los hombres cerraran las ventanas de las alcobas, después de haber bebido tres o cuatro sorbos de mandragorito, sus amantes resplandecerían al fondo de esas aguas negras. Y sus manos, enguantadas con la piel de los lobos, apresarían algún cuerpo diminuto, una joya de cristal de roca, o la cabeza transparente de una mujer transparente.

Pero ellos se han dejado encantar por filtraciones de luz, tan negativa como la reciente actividad del señor A.A.Z., ciudadano escolar, quien, después de escupir en público sobre "un cadáver ilustre", se ha dejado enredar en argumentos imbéciles, engendrados por falsos principios.

Todos los objetos presentados en la primera exposición surrealista[1] celebrada en esta aldea, han sido desenterrados de los viejos sótanos donde yacían, si no expuestos a miradas idiotas, rodeados de fantasmas de existencia tempestuosa, como aquella del Marqués de Bressac, tan admirada.

La actividad surrealista de Braulio Arenas es más exacta que los huevos en sus cáscaras. Los collages que él ha realizado, están destinados a figurar en todos los catálogos del surrealismo universal.

Después de todos, yo envidio a los que pueden recortar moldes en los textos de física y pegarlos muy bien sobre el retrato de Nicolás Flamel, al fondo del castillo donde todas las puertas han desaparecido y las ventanas han sido borradas de los muros.


[1] Exposición Surrealista: Braulio Arenas, Jorge Cáceres. Diciembre 1941.

 

De René o la mecánica celeste,1942