“LA CABEZA MARCONIZADA” A TRAVÉS DE LAS EDADES


       En el caso Hücksimann (1590) es necesario hablar del fantasma Jarry, del fantasma Breton, del fantasma Riguar, del fantasma Cid, del fantasma Arenas; en una palabra del fantasma traga-aviones, como en Max Ernst, el fantasma.

       Braulio Arenas podrá recordar la puerta de San Marcos donde yo adquirí “MARIO EL EQUILIBRISTA” por unas cuantas monedas de cobre, y recordará también la página 65 donde se leía en grandes caracteres amarillos: "El puente del río desconocido donde el castillo del señor se alza embanderado sólo él podrá devorar esta dorada mano de mujer. Ahora bien nosotros somos los degolladores, los descubridores de una porción erectible contigua al clítoris te amo”.

       Karl Hückelmann es, a mi ver, el padre del sistema literario de ordenar desinteresadamente a las palabras. "Las palabras -dice- dejémosla a la lengua, a los cabellos, pero amas a la razón". Es el caso vivo del dictado subconsciente, de una organización mental auténticamente onírica.

       Hay que hacer ver al público el sentido poético extraordinario que Hückelmann posee. Poesía del sueño. La poesía es el reflejo del sueño, según el señor Monnerot, y según todos nosotros.

       “El joven marqués paseaba en su caballo por los bosques de una ciudad maldita. El joven sol empina un fuego y su  pecho está bordado de misteriosos rayos, sus ojos se cubren de yerba trepadora y el joven devora el ano de la reina madre”. O bien: “Yo había conocido las diversas variedades de rocas que pueblan los desiertos, entre ellas yo hago notar las rocas senos, las rocas venas, las rocas labios y las rocas sueño que son las que engendran aves que tienen ojos resplandecientes, y que brindan a las mujeres placeres indiscutibles y que pueden detenerse de tiempo en tiempo sobre las nubes por espacio de muchos años".

       En Lautréamont el terror es materia que substituye una red desesperanzado de placer inmediato; mientras que en Hückelmann el terror es algo así como el  revólver: una caja cerrada, un objeto precioso, un artefacto para sembrar el desorden en las familias, en la confección de los cuales Hückelmann es especialista, como el fantasma.

 

De revista Mandrágora, numero 2, Diciembre de 1939