CON ARMAS IGUALES

Yo prefiero anotar una fecha memorable de mi vida en la punta de tinieblas que me ha sido dada como medio de existencia, que a la cabeza de un texto, por el placer, tan arraigado en mí, de arrojar pequeñas presas al misterio total.

El 23 de febrero de 1943, Peter había confeccionado el primer gran secreto de su vida; con esto él puede ir empezando a odiarse. Después, él se negaba rotundamente. Yo estuve a punto de solucionar mi participación por medio del revólver. Pero el 24 nosotros tomábamos encantados algunas onzas de helado en un café. En suma, él se había comportado como un pequeño cow-boy.

Por aquellos días yo me aficionaba bastante a la música del Oeste. Peter venia con frecuencia a escuchar mis discos. El prefería los de Sophie Tucker; al menos sabía distinguirlos y sonreía.

Mientras que mis demás amigos se dejaban devorar por los grandes cuadros que ellos pintaban o por los poemas construidos al fondo de sus cámaras obscuras, yo me desenvolvía en una atmósfera encantada de discos y helados.

El día 25 sostuve la siguiente conversación con Peter:

- ¿Se puede complementar la participación del diablo en el proceso de los amantes?

- Sí. Tomándose la cabeza a dos manos y resoplando con ylolencia.

-¿Es posible escupir a su propia madre y golpearla después de haber recibido un beneficio de parte de ella?

-Sí. Y aún el incesto está visible.

-A pesar de tus respuestas satisfactorias eres para mí el antiguo idiota del día 23.

Repentinamente él se levantó y me golpeó en pleno rostro. Yo permanecí mudo en mi puesto. Me limité a sonreír como un pequeño pelele. Procedía como un cobarde, estaba probado. Los clientes se agolparon alrededor de nuestra mesa. Yo continué tomando mi helado tranquilamente. Los espectadores, al advertir que yo insistía en hacer el cobarde, se retiraron desilusionados. Yo estaba encantado con este nuevo procedimiento. Este rol pasivo me agradaba en aquellos días, debido, sin duda, a un mal gástrico que solía torturarme. El 26 nosotros celebramos un pequeño party, con el objeto de despedirnos de uno de mis cuadros que, pintado con material de poca solidez, estaba destinado a desaparecer como la Cena de Leonardo. Algunos días después el gran viento del bosque no nos impidió escribir en colaboración este pequeño testimonio:

 

De Leitmotiv, N° 2-3