PAISAJE
 
Techumbre de ociosidad y la alegre presencia
de un caballo improvisado, un océano parte
como un machetazo duro la existencia,
sin saber deducir, dedicándome a amarte,
en un sobre que lee el luto de su propia carta
a la luz de esa lámpara sobre la cual ponemos
nuestras manos, y entonces aparece esa sarta
de venas, como esas palabras: «después, después, veremos,
todavía, veremos, en fin», y la promesa
de llegar hasta el fin, de verte apresurada
como una boca desde el fondo del bosque y que todavía besa,
que todavía pone el ejemplo de la madrugada,
una boca por la cual discurren unos besos, techumbre
a punto de oscuridad, a punto del olvido,
una techumbre con una muchedumbre
de mujeres por las que yo he vivido.

 

De Memorándum mandrágora, Revista Atenea, N°452. Universidad de Concepción, 1985.