JACQUES HÉROLD EN 1974
Allá abajo, un hombre se ha trepado en una silla
para seguir las idas y venidas de un camino negro en una montaña venturosa,
multitud de otros colores le acompañan,
así como multitud de días, todos viernes,
y multitud de gnomos, todos parientes de la montaña por la línea materna,
y mientras él observa, el cielo ha conseguido, por fin, romper su nudo ciego,
el que lo mantenía atado a la esperanza,
un nudo ciego parecido al insomnio
como la llave de sol se parece a la lluvia,
y al instante se ha ido a remecer con rabia
los nogales impávidos de la ensenada negra,
metiendo antes el cielo en un vidrio quebrado,
justo en el que pintaste a un hombre de terciopelo,
y este hombre de terciopelo
dice sí con una pincelada al no de la realidad,
a trasmano, buscando los cinco pies al gato de la sangre,
buscando, a contrapelo, a la mujer perdida en un
charco de sangre, de esa mujer se dice que también ha trepado en una silla
para seguir las idas y venidas de un camino blanco por una montaña desdichada,
la montaña es igual a un caballete
en la misma medida que una golondrina se parece al verano,
multitud de otros colores la acompañan,
así como multitud de días, todos lunes,
y está la mujer envuelta en su misterio
semejante a la nuez envuelta en su corteza,
diciendo no con una mirada al sí de la realidad,
mientras Hérold la pinta sin perder un instante.
De Memorándum mandrágora, Revista Atenea, N°452. Universidad de Concepción, 1985. |