EN LA MONTAÑA
 
Entramos a ser el ser, el ciclo libertado,
con su espalda de tortuga que la luna fustiga,
con un torrente de lodo donde amor sobrevive,
silencioso, indócil, bajo el signo de sangre.
 
Todas estas hogueras como nubes nos dejan un gusto de sal, mueble temblante,
todos los días nos dejan una pequeña noche en las arterias,
cuando se ve la anemia del terciopelo del minucioso calendario,
en un espejo solar donde el alba se carboniza.
 
Después de nosotros el placer es un parque trazado con compás de geometría,
dispuesto está a borrarse, menos estanque, menos ser, menos tennis, menos tilonorrinco,
la ventana impalpable, la sombra como una cascada distraída y ósea,
la sombra con dos personas, la muerte sin ton ni son.

 

De Memorándum mandrágora, Revista Atenea, N°452. Universidad de Concepción, 1985.