PAISAJE
 
El oro del mar y el negro del cielo se exponían sus sirenas y sus ángeles. "¡Déjate de ángeles!", le decía el mar al cielo. "¡Y tú, déjate de sirenas!", le replicaba éste.
Sólo la tierra no decía nada, porque ella no quería dejarse de sus gnomos. Ella no quería dejarse ni de sus mujeres ni de sus hombres. Ella no quería dejarse ni de la noche ni del amor, y estos colores sangraban en el jardín. Los pájaros de pechera amarilla cruzaban la noche de escritura cerrada. Y nosotros, uno a cada lado del vidrio, acercábamos nuestros rostros, asombrados de la cercanía de la dicha, asombrados de nuestro propio poder.
El vidrio no existe ya, pero desde entonces has existido en la transparencia de mis sueños. Cuando quiero convocarte, me basta acercarme al mar. El océano, mujer, te transfigura, y se ha hecho tan pródigo que me, entrega tu cuerpo sólo al precio de algunas lágrimas.
El cielo blande por un segundo sus nubes de letras pequeñas, y después las desgarra con locura, sin bosquejar una palabra. Las sirenas ya no sostienen la causa del Gulf Stream, ni los ángeles el blasón del arco iris. Ahora viviremos por nuestra unidad, bastaba el amor para disolvernos para siempre en el encanto.
Y tú fuiste la razón y la raíz, es decir el azogue de la noche, su cristalización más pura.

 

De Poemas: 1934-1959, Ediciones Mandrágora, Santiago, Chile, 1959, 147 p.