LA MANDRÁGORA
 
Alucinante decíamos en 1938, alucinante repetimos veinte años después, alucinante mandrágora, ven ahora a darnos el resumen de la poesía, tú que en todo momento has estado dispuesta a darnos el resumen de la juventud.
A tus pies arrojamos los trofeos de nuestro viaje: la mercancía de la realidad, los objetos del sueño. Opaca y misera mercancía, sin más consistencia que la ceniza del cigarro; fulgurantes objetos, cristalizados en el más puro enunciado de la existencia.
¿Y qué podemos decir de nuestro viaje?
Interroguemos, interroguémonos.
La almohada, podrá decir las veces que la franqueamos; el sistema del mundo, las veces que lo combatimos. La mujer podrá decir las veces que la amamos, porque en esta ley de la poesía el exceso de amor sólo es castigado con algunos besos. Los países podrán decir las veces que borramos sus fronteras; el incendio, las veces que provocamos sus llamas, la encrucijada de la vida, las veces, que el placer nos dio su madeja intacta.
Nada risueño nos ofrecía el exterior, pero teníamos a nuestro haber el humor surrealista y la ironía romántica, los que fueron para nosotros pedernales preciosos para frotarlos contra la piel de una realidad depravada. Y es con las chispas que arrojaron estos pedernales que hoy vengo a exigir cuenta minuciosa de las tinieblas.
Nunca como ahora, y desde ángulos tan diversos, el hombre había sentido necesidad tanta de hacer tangible su libertad, o, por lo menos, aquello que él ha creído que era su libertad.
Y nunca como ahora, por lo menos en lo que va corrido de vida bajo mi camisa, el hombre había esgrimido tan certeras y críticas armas para sostener la conmovedora justicia de su derecho.
El ha reclamado una "salida" a toda costa. Su oído avizor le hacía conocer, desde lejos, los diferentes sones de las cadenas de la esclavitud. Libertador, implacable y orgulloso, nunca como ahora el hombre había dicho más veces no a los parásitos del sometimiento cotidiano. La avidez de la libertad ha llegado a constituir ahora, en el momento mismo que parecen cerrarse más seguramente las cadenas, ha llegado a constituir, digo, el movimiento de valores más estable en la plaza del mercado, en la cual, diariamente, el hombre reclama su transacción más alta.
Y nunca como ahora se habían visto más solícitos sistemas libertarios ir de puerta en puerta ofreciendo sus cajas de cartones, atadas con pomposas cintas. Aún más, ha sido necesario como requisito previo, y para la seguridad de la venta, que la palabra libertad estuviera la primera en toda mercancía. Al no verla escrita, el hombre hubiera rechazado airado cualquiera caja de salvación que se le ofreciera. Inútil es añadir que estas cajas nada contenían, todo su poder atractivo estaba en el exterior.
Cajas de cartones como una marea abusiva, siempre es necesario que salga la poesía para que el océano vuelva a restablecer el equilibrio. Idea justiciera, realidad implacable, la poesía abisma con su fuego este mundo de cartón. Es grotesco, pues, hacerla marchar al son de un rataplán político cualquiera, vuestra infame palabra libertad nada tiene que ver con la radiante palabra libertad que la poesía emplea. No sólo son irreconciliables, sino que la una, obligatoriamente, debe combatir a la otra.
Sin el requisito previo de su crítica al mundo, ninguna poesía que verdaderamente merezca ese nombre, puede ser valedera. Y esto no por un carácter oposicionista basado en la simple oposición, mas por la razón y la raíz de dar la batalla a todos esos fantasmas que han usurpado el nombre de lo real. Lo real es para el mundo presente la moneda legal del error. Y en tal medida, y tanto, que para lo que es real -la poesía- el mundo tiene las reservas mentales más coléricas. Dice por ti, por ti poesía vengadora, que sólo eres el manto ficticio de las apariencias, mientras que por la realidad, por esta realidad bruta y miserable, nos asegura que su presencia es la única verdad posible.
Nosotros podemos decir, y yo sueño en los instantes de "fusión" entre la poesía y la realidad (mandrágora alucinante, mientras el reloj toca las doce), nosotros podemos decir que lo único que nos ha interesado ha sida provocar la mayor cantidad posible de contactos entre lo que nosotros, y no el mundo, llamamos realidad con aquello que nosotros, y no la razón, llamamos poesía.
El "derramamiento" de la una en la otra. Entrar en la una y en la otra al mismo tiempo, como quien entra a dos mansiones superpuestas. Dormir y vivir a un mismo tiempo, amar para amar siempre, estar en la orilla del mar serenamente y estar en el barco en peligro al mismo tiempo. ¡Oh poesía, a ti, a la que un día de juventud proclamamos negra, negra para oponerla a un mundo negro, negra para que tu luz negra iluminara las tinieblas del mundo, oh poesía, sólo tu sabes lo que esta mandrágora ha sido, es y será!
 
Alucinante 1938, yo te veo presente en mi juventud, y en la de todos mis amigos. Todos ellos entrevieron una alta razón de la razón, la razón de la poesía, para exigir con ella cuentas de una realidad amenazante. Ir en rescate de una alta realidad (y entiéndase que al decir realidad me refiero a la vida superada ya de todas las antinomias que la cercenan actualmente), ir en rescate de ella fue el propósito inicial de nuestra empresa. Erigir la libertad en sistema fue nuestro pan cotidiano. Nada podíamos hablar en favor de un mundo que sólo nos presentaba una faz comprometida, y sin siquiera el menor asomo de una libración lunar, nada de una sociedad sobre la cual se iban a estrellar cotidianamente los deseos humanos. Nada podíamos hablar de ellos, sin emplear la razón de la poesía para transformarlos.
Empleamos estas palabras: amor, revolución y vida, para hablar en nombre de la poesía en un "medio" que trataba de entorpecer nuestro camino con el dictado del buen sentido, de la farsa perenne, del espejismo utilitario, del apogeo del servilismo político y religioso.
Hilo conductor de la poesía, en el laberinto de la realidad, de esta realidad presente, tú has sido nuestro más precioso elemento.
Contigo atravesamos aquel maravilloso siglo XII, lleno de las voces dejos trovadores que proclamaron el amor como la esencia más alta del conocimiento, voces inspiradas del cantar claro, del cantar clus y de la gaya ciencia.
Contigo atravesamos los libros de caballerías, verdaderos tratados de ciencia mágica, de filtros, para la alquimia del verbo, imaginación humana expandida en flor, llenos todos de los baladros de sabio, y con sus dos tablas redondas, con sus mujeres transformadas en hadas, y con sus hadas transformadas en mujeres, gracias al baño de gracia del graal.
Contigo atravesamos la centelleante escena inglesa, oh poética Anabella, oh duquesa de Amalfi desgarrada, una escena que exageró las facetas del diamante solamente para contener más luz, y para iluminar con ellas nuestros sueños.
Contigo atravesamos la región sagrada de nuestro espíritu (sagrada región en todo cuanto este término pueda contener de afirmación poética), región de la cual vivimos, y en la cual dejaremos nuestros huesos, "polvo serán, más polvo enamorado", según el decir de Quevedo. Siglo de oro que viste la gloria de Aldana, de San Juan de la Cruz y de Bocángel, aún hoy vemos a unos poetas menesterosos ir a pedir unos centavos de Góngora al siglo de oro.
Contigo atravesamos, y con la despreocupación de quien se sabe dirigido por las manos del hada madrina, los sótanos tenebrosos de los castillos de Anne Radcliffe y Horace Walpole, sótanos que nos hacían presentir el sol meridiano, el sol permanente de nuestra existencia; pues es una observación bien sabida que en los dominios de la poesía no se pone la luz.
Contigo atravesamos el corazón mental de los románticos alemanes, y oírnos chisporrotear en la hoguera de la razón los corazones de Novalis, Arnim (de ese Arnim que fue uno de los primeros biógrafos de la mandrágora), los cerebros de Hölderlin y de Hegel.
Contigo atravesamos, y ahora nuestra expedición se interioriza cada vez más, las mansiones de Sade y Mallarmé, las de Rimbaud y Lautréamont, en las cuales hemos recibido la hospitalidad más espléndida.
Contigo atravesamos, y por último, el dominio de fuego del surrealismo, una vez más estrecho las manos amigas de Breton y Péret, las manos de Duchamp y Leonora Carrington, hada esta última tan extemporánea, y por extemporánea hada.
Hilo conductor de la poesía, tú nos has traído hasta el corazón mismo del laberinto de la realidad, y lo atravesamos sin perder ni la última de nuestras esperanzas
 
Existe una convención tácita para atribuir a la realidad los más pérfidos errores. En nuestro tiempo, cuántos sistemas de salvación humana se levantaron para otorgar al hombre una salida.
Pensemos por un instante en aquellos sistemas políticos, que pretendieron constituirse en la máxima expresión de la libertad humana, un instante de reflexión, y los veremos justificar los peores excesos de la esclavitud del hombre.
Pensemos en el psicoanálisis, instrumento de liberación del alma como ninguno, ahora convertido en las manos de los epígonos de Freud en un instrumento de opresión, gracias a la famosa cuestión del "sentido de la culpa".
Pensemos en el existencialismo transformado por el payaso Sartre en una opereta en tres actos.
Pensemos... o más bien dicho, no sigamos pensando en todos los sensacionales sistemas de salvación humana, metidos en espectaculares cajas de cartón, y adornados con pomposas cintas de colores.
Sin embargo, a pesar de tan funestas esencias libertadoras, la libertad humana está en primer plano, ningún pesimismo, ningún sistema fracasado, ningún contubernio engañoso, puede postergar este debate. Mi esperanza mayor, hoy como ayer, veinte años después de aquel alucinante 1938, cuando nos planteábamos algunos poetas en el seno de la mandrágora tal problema como base inicial de cualquiera actividad lírica (y el lirismo es el desarrollo de una protesta, según sabemos), hoy como ayer, mi esperanza mayor es conseguir reavivar el fuego de esta pregunta:
¿El hombre, necesariamente deberá ser la presa constante del hombre, o llegará un día, en que rotas las cadenas de su servidumbre el hombre se podrá alzar magnífico y libertador, para dar a la vida su más claro enunciado total, superadas ya todas sus antinomias, y no solamente el enunciado parcial de su liberación económica, política o religiosa?
La esperanza de 1938 no va a ser contradicha veinte años después, y hoy como ayer creemos que llegará un día en que el hombre será el dueño de su destino, de una vez y para siempre.
Creo, por lo tanto, que nuestra razón de vivir no está perdida. Vuelvo a pensar en mis amigos de la mandrágora:
Vuelvo a recordar a Enrique Gómez empecinado en la poesía como una estrella empecinada en su luz, por mucho que afuera sea noche.
Vuelvo a pensar en Jorge Cáceres y en sus afirmaciones, "a la llegada de los pájaros ellas son víctimas del sol, ese sol que tú respetas, sol de la costa".
Vuelvo a pensar en Gonzalo Rojas, solicitando un crimen a falta de poesía.
Vuelvo a pensar en Fernando Onfray, y en su trillada fábula en pro de la abolición del colmillo.
Y en tantos más…
Sí, nos comportábamos como salvajes, como poetas y esto porque teníamos esperanzas. ¿Cuántos de esos amigos de aquella hora, en la hora presente mantienen sus mismas esperanzas? Yo no lo sé, pero me asiste la esperanza que las mantengan todos.
Es así, a veinte años de aquel conmovedor suceso, al cual tal vez los comentaristas de la literatura chilena consideren como el suceso llamado mandrágora, es así como a veinte años, sin que la cicatriz se haya borrado, me vuelvo a los jóvenes poetas que arden por atravesar el puente levadizo, y les digo que sin considerar nuestro ejemplo, sostengan en la palma de la mano esa brasa ardiente el mayor tiempo posible.
Y esto sin que por un momento piensen qué la quemadura pueda borrar definitivamente las líneas de su destino.

 

De Poemas: 1934-1959, Ediciones Mandrágora, Santiago, Chile, 1959, 147 p.