LA HERMOSÍSIMA POSADERA
 
La hermosísima posadera se habla retirado ya cuando me asaltó la idea de preguntarle su nombre Este deseo mío era absurdo por cuanto en un instante más, después de beber la cerveza que ella había ido a buscar, yo debería continuar mi camino. Este era un camino horrible, fangoso, intransitable. Yo me encaminaba a la ciudad vecina, pero el cuadro no era alentador. De pronto la posada apareció misteriosa en un recodo del camino. Algunas mesas estaban dispuestas en el exterior esperando la llegada de presuntos comensales, tal vez leñadores de los bosques vecinos. Sin embargo, todo (la casa, el camino, el color infernal del cielo, el paisaje mismo), todo demostraba a las claras que nadie concurriría nunca a esa posada. Ella me esperaba. Y de pronto, después de tomar asiento y de encargar la bebida (la hermosísima posadera, una joven de rubios cabellos y de vestido blanco que dejaba al descubierto sus hombros mórbidos), el nombre de la ciudad a la cual me dirigía se borró súbitamente de mi memoria. Un gran terror se apoderó de mis sentidos. Todo se hizo obscuridad a mi alrededor. A la verdad ella era hija de los dueños de la posada, quienes habían huido a causa del regicidio. Quise llamar a la posadera por su nombre como si este nombre me pudiera hacer recordar el de la ciudad. Pero ella había franqueado el umbral y había desaparecido en el interior de la posada. Lleno de desesperación permanecí un largo cuarto de hora sentado ante mi mesa. Quise gritar, pero no cualquier cosa, quise gritar un nombre. Y mientras tanto bien sabía que alguien, detrás de una ventana del piso alto, la reina me observaba, ella me esperaba. Y cuando tambaleándome como un ebrio logré incorporarme de la silla y dirigirme con una mano extendida hacia la puerta de entrada...
...Antes la poesía se hizo con ideas, después se hizo con palabras. Ahora se hace con objetos.

 

De La gran vida, Le Grabuge, Santiago, Chile, 1952.