XLV

Recibimos la naturaleza como el mejor de los males.
Vemos los animales-las plantas el viento haciéndose el colérico
La lluvia que nos precipita al hastío
Que nos hace perder la paciencia
La nieve que se desliza sobre la  carpa de un gran circo
Y desafía como una pirámide los caprichos del ojo.

Pero el hombre conoce el relámpago que sacude el alma
La deja correr semejante a un río surcado por muchos barcos
Sin reparar en los instintos que forman una rueda tantas veces interceptado por corrientes de aire
El hombre conoce su corazón
A causa de los resplandores del rostro de la mujer preferida
Confía en su destino como el pájaro en el vuelo.

Debe transferir la potencia de sus deseos a los elementos que le perturban día y noche
Debe petrificar en objetos tanto la alegría como la tristeza
Debe exponer su alma al horrendo sacrificio
Negarse como animal como planta como elemento atmosférico
Ordenar la naturaleza olvidándose que es su naturaleza
Que es su manera de hacer el mundo.

No contengamos el sollozó
No permitamos que el oído consuma la totalidad del cuerpo
Estallemos de una vez por todas con el deseo
Os lo digo por última vez
La vida que nos devora es el relámpago hecho animal y planta.

 

De En pleno día, 1948