LOS DEGOLLADORES

Que la vertiente tenga aún su provisión de visiones
Que la nube sea todavía el autógrafo
Que yo lo diga todo sin miramientos
Sin que disminuya la temperatura de sus cámaras
El vapor que se enreda en las uñas
La flecha rechazada por sus ojos el granito
La luz petrificada las pesadillas horrendas
Todo esto más lento que ángel
Que el brillo de las cárceles
Tal vez por carbones o pústulas entre piedras

El descenso de los cráneos
La llave y los enigmas de la mano
El beso que cae a causa de la gravedad
El cadáver y su espuma
El corazón y sus calambres
Las costumbres y sus calambures
Mejillas duras como fantasmas
Invisible el llanto en reposo
Sobre las espigas de sangre
De papel sediento.

Pensar de nuevo  en la caña de azúcar
La aureola que forman sus sienes
Los arrecifes alrededor de la garganta
Los finos dedos que pasan
Los cabellos convertidos en gusanos
Los heliotropos y las raíces de sus cuerpos
Los grandes crímenes los alambiques
La historia de sus ojos.

Las horas transcurren en las aguas
Los rostros arrugados las escamas y sus cenizas pálidas
Así como sale por los poros un cuerpo de bailarinas
Ser el eterno condenado a muerte
Sentir el peso de una mujer huida del cementerio
Con las mismas arrugas de la muerte
Con los mismos fuegos fatuos
Y el cielo con sus excrementos amortajados.

 

De Las hijas de la memoria, 1935-1940