ALGUNOS ACTOS CLANDESTINOS

El arte de orinar.

Tan pronto como vuestra amiga se haya marchado tomad una cuerda, y hacedla resbalar en una polea sujeta al techo de la pieza. En seguida, vestíos correctamente de frac, sin olvidar el sombrero de copa, pero teniendo cuidado, al mismo tiempo, de no ponerse ni los calzoncillos ni el pantalón. El mobiliario de la pieza puede ser del siglo XX.

Terminada esta operación preparatoria, tomaréis uno de los extremos de la cuerda y te ataréis con él ambos tobillos. El otro extremo estará sujeto a vuestras manos. Después de algunos ejercicios respiratorios, que no se prolongarán más allá de un minuto, se dará principio al acto. Tiraréis, entonces, de la cuerda hasta que el cuerpo quede balanceándose en el aire, de modo que las manos queden frente a frente de los pies. Daréis un poco de soltura a la cuerda, hasta que vuestro ano roce el suelo, y empezaréis a orinar con excrementos cortos, al mismo tiempo que iréis tirando de la cuerda, de manera que los excrementos en el aire parezcan una línea de puntos suspensivos, y el ano una especie de semáforo que vertiginosamente cambiara de colores. Un golpe con el sombrero de copa sobre el ano indicará su término, pudiendo, sin embargo, introducirse antes algunas variantes, tales como ir dejando caer los mojoncitos sobre una copa de champaña, colocada en el suelo y perpendicular a la polea.

El acto debe efectuarse cada vez con mayor velocidad, y repitiéndolo todos los días llegaréis a saber lo que es el infinito.

Mierda.

Vomitar, a veces, es la mejor solución.

Por ejemplo, cuando vuestra novia os haya dado algún disgusto, colocaréis una venda sobre vuestros ojos y estirando los brazos, giraréis por espacio de media hora en torno de sí mismo. Hecho esto, introduciréis un pelo adentro de tu boca y lo restregaréis en la laringe hasta producir la eclosión. Entonces, por cada vómito tú dirás: “Alicia, este es vuestro sexo”, “María, estas son vuestras palabras”, “Inés, aquí están tus caricias”, “Julia, este soy yo”.

Cuando vuestro estómago esté completamente vacío, el disgusto ya habrá desaparecido y estaréis en situación de renovar las buenas relaciones con vuestra novia.

La cólera es la medida de todas las cosas.

Y como el placer, sin llegar a excluir de sus profundidades el sentimiento nacional de la tortura, es para ti una de las condiciones de tu existencia, agotaréis todos los medios para llegar a producir la cólera, que es tal vez uno de los caminos más seguros de poner en movimiento una vida paradisíaca. A este respecto, yo os aconsejo elegir algunas palabras, tales como “amor”, “política”, “Dios”, “policía”, “moral”y otras de uso tan corriente como éstas. Hecha la elección, ellas serán escritas en pequeños papeles, que debidamente doblados se colocarán en el interior de un sombrero. Acto seguido, se tomará al azar cualquiera de ellas, y si sale, por ejemplo “amor”, llamaréis por teléfono a vuestra novia a tu casa y ahí la insultaréis primeramente con suavidad, pero después iréis reforzando vuestros insultos, en tal forma, que baste con que se os mire al pelo y a los ojos, para darse cuenta de que se trata de una cólera bien trabajada. Al tener conciencia de esto, cambiaréis con brusquedad el tono de la acción, y en vez de insultos le diréis palabras tiernas. Os aseguro, que  la práctica y la inteligencia de este acto puede llegar a proporcionaros la embriaguez perfecta.

En cuanto a la policía, actuando con cautela y audacia sobre ella, puede llegar a alcanzarse, con el tiempo, los mismos resultados.

 

De Las hijas de la memoria, 1935-1940