INTERVENCIÓN DE LA POESÍA

Desde hace diez mil años el hombre se está muriendo de tuberculosis. Sin embargo, yo permanezco; me río; convengo que esta muerte es necesaria. Ella genera el veneno, la ilusión, la medida, la idea de la inmortalidad.

Somos el hombre y el objeto, no el mundo abreviado. La poesía actual limita con la metafísica y la mística: pero no es la fusión del hombre con la divinidad, ni pretende desentrañar el universo. Hay sí, de común en todas ellas, los opuestos hombre y mundo.

La metafísica y la mística, consideradas en sí mismas, no pasan de ser otra cosa que síntomas de la poesía.

El poeta, más bien, fija puntos estratégicos en lo indefinido, en la substancia.

Primer movimiento, elección de un sistema de palabras.

 La palabra es el perfil del mundo. Reunid estos corta circuitos y obtendréis la unidad, si tenéis necesidad de ella.

Luego, los afloramientos del cerebro: las estepas, el terror, la crueldad, el Congo, las cácteas.

El mal aún no ha conquistado su independencia. Existe una jerarquía rigurosa en los actos del mal. También el cerebro, desde la prehistoria, concreta los Instintos más elementales del hombre. El mal, forzosamente, va a dar al placer, al instinto de conservación.

La única posibilidad de librarse del instinto devorador es extralimitándolo. Es más simple cortar la mano del mendigo que cerrar un ojo.

El crimen precisamente termina donde empieza la poesía. Por eso, es explicable que a Lautréamont le pareciese que desmenuzaba el cerebro de un jaguar, cada vez que leía a Shakespeare. Los niños están más pronto que los jaguares.

Estos desbordamientos que sufre el cerebro; que transforma hasta el último átomo del mundo en material poético; lo tacta con cierto amor; comprende que esto significa la restauración del sueño helado, que no se busca otra cosa que la poesía petrificada, la gran intervención de esta poesía que me dispara a quemarropa, la fagocitosis de esta poesía.

En vano se pretende mantener la hoguera sagrada con vuestros llantos y con vuestras lágrimas. En vano habéis quemado todos los pelícanos que han rodado por la misma pendiente. No hay milagro poético. No hay lenguaje revelado. No hay susurro al oído. Todas son puras aplicaciones del misticismo a la creación poética. En el fondo, el poeta sólo persigue su aniquilamiento por instinto de conservación.

Jamás, en altar alguno, se han quemado mejores ídolos. El peligro circunscribe sus designios. Aquellos que tengan el cerebro y las manos frágiles no conseguirán nunca su acercamiento.

Era necesario que una luz terriblemente dura penetrara en la zona de las tinieblas, en la encrucijada; digo, que era necesario la intervención de la mano cargada de Rayos X, para encontrar no sólo la raíz de nosotros mismos, sino que el don del poema, como el supremo envenenador.

 

Es la primer vez, según tengo entendido, que se publica este ensayo de forma completa tras su aparición en el número 7 de la revista Mandrágora en 1941. Los primeros cuatro párrafos del mismo fueron reproducidos por Stefan Baciu en Poesía explosiva, que en 1973 lo incluye –junto a “Intervención en la poesía”- perteneciente a un libro de ensayos que la edición promete y que nunca llegaría a publicarse: La poesía negra. (Nota del antologador)