TEOFILO CID SOY LEYENDA
Obra completa volumen I

Luis G. de Mussy Roa
Santiago Aránguiz Pinto
.

 

"Master de la noche, Dandy de la miseria"...[1]

 

Cantad poetas a la línea del azar
Cantad su millonésima caricia
Su amor su frescura omnipotente
Cantadla porque mata conociendo
Que mata sin saber
Porque es dura como el sol en las miradas
Yo amo esas cosas que aman esa recta
La luz y los sonidos
La caída de los cueros en el mar de lo invariable
El espacio recorrido por el sueño en el deseo

Teófilo Cid, “La línea recta”

Ahora bien, en cuanto a ese puzzle envuelto en un acertijo que planteamos al comenzar este fragmentado relato de la vida y obra de Teófilo Cid, creemos haber encontrado las piezas. Eso sí, todavía falta mucho más material por reeditar para de ahí -recién- hacer posible una aguda interpretación y ajuste de cuentas [2]. En todo caso, si ahora intentamos seguir la pregunta que un día lanzó Martín Cerda ¿Quién fue Teófilo Cid?, ya sabemos que es preciso dejar tanto los prejuicios como las cavilaciones sociales a un lado, levantar los brazos, y arrojarnos de frente contra el espejo para así quebrar la máscara con la que cubrimos nuestras múltiples debilidades y carencias. ¿A qué se dedicó este personaje? Justamente a eso. A enfrentar su destino sin preocuparse de los peligros que azotarse la cara podría implicar[3]. Teófilo Cid estuvo siempre consciente de que la labor del hombre de letras era un camino que implicaba todo tipo de experiencias. A propósito de una serie de cuestionarios que realizó la revista Alerce de la Sociedad de Escritores de Chile, es de especial importancia la definición que este autor dio sobre la vida que todo verdadero escritor debe ejercer en la sociedad. Este testimonio es un importantísimo documento, por cuanto permite ahondar en la propia visión que tenía este maldito de lo que significa el oficio literario. Cuestionamiento que, además, este autor fue desarrollando en varios momentos de su vida, en instancias de plenitud productiva, durante profundos quiebres, por deber, pero siempre con la convicción que el hombre de ideas no puede claudicar frente a ningún profeta, discurso, movimiento estético o propaganda que amarre el anhelo crítico frente a la sociedad.

En su definición se mezclan varios factores que fueron inherentes o comunes al periodo de tiempo que abarcó su trabajo creativo; en todos los formatos: prosa, ensayo, artículos, crónicas, relatos u otros. Si bien en términos cronológicos fue un poco más de un cuarto de siglo de trabajo y vida literaria, la impronta que dejaron la subversión poética y ese "asco invencible" por la sociedad capitalista, perdura claramente hasta hoy en día. Negándose a "repetir la mentira" Cid fue el espejorostro que nos reflejó en la cara la sordidez de un mundo que requiere de una acusación formal. Poesía igual vida y comportamiento intransigente con un medio que es preciso destapar. Conducta en que la "herejía baudeleriana" se extrapola haciéndola un presente iluminado por la soberanía. Teófilo Cid racionalizó intelectualmente la conducta personal hasta hacerla reflejo de una ética totalitaria y radical: el ascetismo literario. A tal límite llegó su compenetración con la literatura que se transformó en el más destacado personaje de su obra: un irreverente y romántico intelectual. Enemigo acérrimo del servilismo, su mensaje resuena claro:

"El papel que debe representar el escritor en la actual sociedad no puede sino ser subversivo. En ese sentido lo fueron los espíritus como Balzac, Baudelaire, el mismo Proust. En el presente son subversivos, aunque sin pretenderlo, hasta poetas como Saint John Perse y Ezra Pound. Todo depende del grado de confianza que depositemos en la palabra subversión. Cada vez que el hombre abre las expuertas ilusorias de sus sueños, se hace visible en el mundo sórdido una acusación vehemente. Es obvio casi volver a repetir lo dicho por los más grandes acusadores de la vida. El hombre, con medios policiales y oprobiosos, mediante un señuelo ruin y la prédica mística y majadera ha venido emponzoñando las fuentes de la libertad hasta hacer de sus aguas una bebida turbia, de rancio y dudoso valor. Comprendo que frente a esos hombres que así han parapetado sus posiciones en los lugares de la "idealidad" para convertir en beleño fementido los dones más importantes de la vida se hayan atrincherado otros, en una empresa de guerra a muerte. Los escritores empece a veces a su propia libertad consciente, están en esa línea de fuego. La belleza cuando abandona el gorro frigio desaparece anonadada de vergüenza. El servilismo la mata. Al responder así a la encuesta formulada por la revista de la SECH no es mi ánimo lucir una especie de heroísmo gascón que estoy lejos de tener. Personalmente, la sociedad tal cual está constituida, me produce un asco invencible. Mi relación con ella es más bien de índole negativa. Me niego a colaborar en la repetición de la mentira... No. Los términos son irrecusables. Para mí, al menos. Y para otros muchos. El escritor es un ser explosivo".[4]

En pocas palabras, es el período "subversivo" y comprometido de Cid, de inquebrantable militancia surrealista en compañía de Jorge Cáceres, Enrique Gómez Correa, Braulio Arenas y el resto de la cofradía mandragórica, el que se trasluce en toda la vida y obra. De diversas maneras, pero siempre manteniendo la subversión, la protesta y el mencionado anhelo crítico frente a la sociedad. Incluso en esos momentos de realismo mágico y de su labor como cronista.

Teófilo Cid ha estado desterrado -como él mismo dijo de Huidobro- en el país de Anabell Lee, esperando que nos hagamos el coraje de caminar con él y de disfrutar de su desnuda, exigente y lúdica conversación. De ahí que podamos verlo como ejemplo vivo de los románticos revolucionarios que se han cuestionado y hecho patente la pregunta de quien es -si la oficialidad o los márgenes- la víctima de la ilusoria realidad. Si bien la idea de expandir la noción ilustrada de la libertad humana ha sido una constante dentro de la modernidad, en Cid esta idea se amplía al asumir, como dice George Bataille, que la poesía es igual a la noción de gasto. Pero de gasto en el sentido de gasto improductivo, de gasto como creación por medio de la pérdida. Es decir, como evidencia de un sacrificio. Dinámica que implica que lo simbólico de las consecuencias de dicho costo de oportunidad pasan a ser reales y concretas; al punto de que para el poeta no queda otra situación que asumir que dispone de las palabras sólo para reconocer su perdición. Para ver caer "la línea recta" dentro del espejo sin redes del "réprobo", del "aislado de la sociedad".

"El término poesía, que se aplica a las formas menos degradadas, menos intelectualizadas de la expresión de un estado de pérdida, puede ser considerado como sinónimo de gasto, significa, en efecto, de la forma más precisa, creación por medio de la pérdida. Su sentido es equivalente a sacrificio. Es cierto que el nombre de poesía no puede ser aplicado de forma apropiada, mas que a una parte bastante poco conocida de lo que viene a designar vulgarmente y que, por falta de una decantación previa, pueden introducirse las peores confusiones. Sin embargo, en una primera exposición rápida es imposible referirse a los límites infinitamente variables que existen entre determinadas formaciones subsidiarias y el elemento residual de la poesía. Es más fácil decir que, para los pocos seres humanos que están enriquecidos por este elemento, deja de ser simbólico en sus consecuencias. Por tanto, en cierta medida, la función creativa compromete la vida misma del que la asume, puesto que lo expone a las actividades más decepcionantes, a la miseria, a la desesperanza, a la persecución de sombras fantasmales, que sólo pueden dar vértigo, o a la rabia. Es frecuente que el poeta no pueda disponer de las palabras más que para su propia perdición, que se vea obligado a elegir entre un destino que convierte a un hombre en un réprobo, tan drásticamente aislado de la sociedad como lo están los excrementos de la vida apariencial, y una renuncia cuyo precio es una actividad mediocre, subordinada a necesidades vulgares y superficiales"[5].

Seducido por la muerte como compañera, Cid no tranzó nunca, ni en su trato ni en la propia ética. Ya lo había dicho su gran amigo Carlos de Rokha, y quizás por eso mismo dejó a un lado todas las carreras oficiales que tuvo; sólo los funcionarios -los ciegos- vuelven a mirar hacia el pasado en busca de recompensas, la real existencia está en seguir escupiendo fuego por la boca. De ahí que el único camino fuera la perpetuación individual que lastima y va en contra de todos los cánones morales. "La más remota eternidad es la más bella":

Sólo los más ciegos volverán al pasado
Y la única verdad es seguir adelante echando fuego por la boca

Yo estoy armado hasta los dientes de razones
Mi propia voluntad me convertía en las amables cenizas de un cadáver futuro

Es necesario arrojar al mar nuestros esqueletos

El mar abre su boca limpia el abismo
Su abismo muestra las más terribles visiones
Entre mágicos carbones ya nada he de temer

Debo seguir de puerta en puerta hasta la eternidad
La más remota eternidad es la más bella
[6]

Hay pocos que viven entre los límites que marcan lo sagrado; Teófilo Cid lo hizo y eso le permitió ser capaz de capturar el lenguaje que hace de los poetas unos horribles videntes de la fragilidad e incapacidad humana para sobrepasar los jalones de tristeza en nuestras vidas. No por nada su voz lo levanta hoy como un defensor de que la poesía traspasa las individualidades y se desarrolla en una azarosa posta de ciegos en que la perla brilla de mano en mano.

"Los hombres de talento somos muy pocos y, por eso, debemos perdonarnos los inmensos defectos que arrastramos a manera de pathos personal"[7].



[1] "Dandy de la miseria" fue un apelativo que desarrolló Guillermo (Anuar) Atías. "Master de la Noche" fue obra de Enrique Gómez Correa en su discurso de despedida durante el funeral de Teófilo Cid.

[2] Dado que este ensayo nunca pretendió resolver todas las interrogantes en torno a la vida y obra de Cid, estructuramos la siguiente división temática para cubrir -de la mejor forma posible- al personaje en cuestión. El volumen II profundiza en la definición poética de Cid, su participación en el Ministerio de Relaciones Exteriores, el paralelo con Ruperto Salcedo, la amistad con Tellier y con la familia De Rokha, la dinámica real de su auto destrucción alcohólica y la recurrencia temática o el constante balance auto crítico. Finalmente, el volumen III desarrolla el análisis de su labor como cronista y su trabajo periodístico.

[3] "En este punto es donde, justamente, la leyenda opera como máscara. En toda sociedad enmascarada (y en ésta ocurre frecuentemente), un rostro es siempre un escándalo que es preciso encubrir, tapar y tapiar, apresuradamente. El hombre que se muestra (y, que, al mostrarse, se ex-pone), amenaza con romper el desarrollo "encantado" (o embrujado) del baile de máscaras: es el trasgresor que obliga a cada figurante a tomar nota de su disfraz (o, como dicen los italianos, de su finzione)... Usualmente se le recuerda (yo mismo lo he hecho) como un flaneur que iba marcando las horas en la calle ("dandy de la miseria", "último bohemio", "borrachito ocioso"...), callando, por una sospechosa amnesia, que Cid fue un hombre sin hogar, un "tradicionalista" (a su manera, lector de Barres) sin domicilio estable y frecuentemente desempleado. `Cuando ya no seas el que eras -decía Cicerón-, no hay razón para que desees vivir'. Transeúnte desencantado, hombre a la intemperie, Teófilo Cid, señaló, sin embargo, la degradación de una sociedad que otros enmascaraban (esos mismos figurones que lo esquivaban y lo excluían como si fuese un apestado)". Martín Cerda, "Teófilo Cid", Las Últimas Noticias, Santiago, 7 de junio, 1979, p. 5

[4] Teófilo Cid, "Escritor y sociedad", Alerce, Santiago, Nº 1, julio de 1960, p. 5. El énfasis es nuestro. Nótese la cercanía de lo planteado por Cid con lo que desarrolló posteriormente Enrique Gómez Correa en su libro Poesía explosiva, Ediciones Mandrágora, Santiago, 1973.

[5] George Bataille, "La Noción del Gasto", Critique Sociale, Nº 7, París, 1933.

[6] Carlos de Rokha, Memorial y llaves (1949-1961), Ed. Municipalidad de Santiago, 1964.

[7] Teófilo Cid