TEOFILO CID SOY LEYENDA
Obra completa volumen I

Luis G. de Mussy Roa
Santiago Aránguiz Pinto
.

 

1934-1950

 

Ella es madre del azar
Con sus seno horizontal sin oasis lo prohija
Ella busca los disparos en un lujo de vacío
Da en el blanco que le ofrece el movimiento
De gacela rotatoria
Que es la estrella de la suerte

Teófilo Cid, “La línea recta”

En 1934, Teófilo Cid ingresó a la Universidad de Chile a estudiar Pedagogía en Castellano y Leyes, carreras que nunca terminó. Tuvo allí como compañeros de aula, además de Andrés Sabella y Gonzalo Rojas a sus antiguos cercanos Braulio Arenas y Enrique Gómez Correa (1) . De ese tiempo vale la pena mencionar una notable anécdota que tiene que ver con la genialidad y el despilfaro del joven Cid:

“Era gracioso pero extraño, aunque teníamos cuatro años de diferencia yo lo tuve de compañero en el pedagógico. Un flojo perezoso sin fin. Y sabía más literatura del mundo que nuestro profesor de literatura Iberoamericana, Mariano Latorre; y lo corregía, le decía esa parte no, no, esa parte no es así” (2) .

El retorno de Vicente Huidobro a Chile en 1933 trajo consigo la creación de numerosas revistas literarias de efímera duración pero de gran significado intelectual y simbólico; entre las más relevantes tendríamos que mencionar Pro (1934), Ombligo (un número, 1934) , Vital (dos números, 1934 y 1935), y Total (dos número, 1936 y 1938) (3) . El estímulo que representó Huidobro para los jóvenes de la época fue evidente en la publicación de la Antología de la poesía chilena nueva y la Antología del verdadero cuento chileno , y en la ampliación del debate cultural en el país. De por sí, la formación del grupo Mandrágora fue un resultado indirecto de la actividad de “Vicentico”, ya que si bien este poeta fue un catalizador de la poesía surrealista en Chile, esto no significa que haya determinado todo el accionar de estos poetas negros, como gustaban de ser llamados (*).

La visión que tiene Cid de lo que se ha llamado la “convocatoria huidobriana” es precisa y se ajusta como pocas a lo que significó para estos futuros miembros de la “generación del 38” la presencia de padre del creacionismo. Esta mirada de la década del ´30 no ha sido recopilada y, menos, interpretada, lo que de por sí, la hace interesante. Sobre todo, viniendo de quien para Huidobro era mon cher Théophile (4).

“Llegaba el poeta a Chile y promovía en los círculos jóvenes de la literatura una intensa inquietud. Si para lograr ese objetivo no hubiera bastado el conocimiento de su poesía, su sola presencia habría sido catalítico suficiente. Estábamos hartados de contemplar atares vacíos, recibir huecos principios y escuchar falsas direcciones. El aliento que Vicente nos comunicó se tradujo en la publicación de revistas, en la dictación de conferencias y en la actitud de intolerancia crítica que sus amigos guardamos frente a la vida” (5).

Afortunadamente fue el propio Cid quien en varias oportunidades se refirió directamente a quien fue su maestro y amigo (dedicándole seis trabajos entre crónicas y artículos de opinión en un lapso de diez años). En la revista Pro Arte de marzo de 1951, cuando se cumplían tres años de la muerte de Huidobro, Cid escribió a manera de recordatorio cuándo y bajo qué circunstancias se inició la amistad entre ambos que duraría hasta la muerte de éste en Cartagena, el 2 de enero de 1948. Su recuerdo es cálido, seguro, como también detallado y objetivo, logrando un acercamiento fino con el pasado en que la inteligencia del poeta creacionista se devela a través de una dimensión humana y creativa.

“Lo conocí cuando yo contaba apenas con un poco más de veinte años, en la casa que arrendaba en la Alameda, cerca de la Estación de los Ferrocarriles. La fisonomía inexpresiva y mezquina de aquel departamento, situado en un inmueble de renta, había sido curiosamente modificada por el ingenio del poeta, por la equilibrada austeridad que su espíritu supo disolver en los adornos que cubrían las frías paredes del edificio. Rodeado de sus más próximos discípulos, el poeta, aunque admirado fervorosamente por mi infancia y mi adolescencia, no logró, sin embargo amedrentarme, aunque mi carácter díscolo, extraño y tímido hiciera presentir esa molestia. Por lo contrario, su simpatía me atrapó intacto, sin reserva alguna. Por más que parezca mentira y en cierto modo exagerado lo que voy a decir, era la primera vez que me enfrentaba con un hombre verdaderamente inteligente, con esa inteligencia que nace desde el cuerpo, rezumando eufórica vivencia. La pedantería de mis profesores y de los abogados de provincia que yo había discernido anteriormente como personas de talento, no ofrecía relación alguna con dicho tipo de inteligencia, reverberante y en estado de perenne manantial. Entonces comprendía la grandeza del hombre que con tanta sencillez me había recibido en el umbral de su casa, embutido en una bata color pulga y sosteniendo entre los dientes una fragante pipa de brezo” (6).

Además de Cid, estaban los otros jóvenes escritores que, como él, buscaban en Huidobro y sus ideas el impulso anímico y poético que les hacía falta. Allí estaban los que posteriormente serían los otros dos miembros fundadores del grupo surrealista Mandrágora, Braulio Arenas y Enrique Gómez Correa; y también se podía ver a Eduardo Anguita y Volodia Teitelboim. Estos últimos autores de “una antología que logró disparar en el blanco de las vanidades y que sirvió para volteara muchos muñecos” (7). Selección que generó numerosas controversias entre los mismos incluidos como también en las esferas de la crítica literaria del momento: Alone (Hernán Díaz Arrieta), desde su tribuna en el diario El Mercurio repelió la osadía de estos muchachos, que no sobrepasaban aún los veintiún años de edad. No les perdonó el que no hubiesen incluido a Gabriela Mistral, y el que además, por si fuera poco, se hubieran incluido a ellos mismos. En todo caso, no se equivocó cuando vaticinó que “Estos jóvenes se aseguran con bastante anticipación su inmortalidad” (8). Por otra parte, Miguel Serrano –sobrino de “Vicentico”– publicó la Antología del verdadero cuento chileno de la cual Cid fue parte con su texto “Los despojos”.

Más importante aún que los libros recién mencionados, fue la labor que Huidobro ejerció en la nueva camada de cerebros que a fines de la década de 1930 –“generación del ´38”– reconocían las necesidades de búsqueda y renovación en todos los ambitos imaginables. En otras palabras, estamos hablando de la generosa influencia e irradiación creativa que significó la figura de este controvertido y cuestionado personaje de las vanguardias europeas y latinoamericanas. “Vicente Huidobro es el puente que nos une por esos años con la grande y fluente reverberación de los ismos, en la misma forma que Rosamel del Valle, Humberto Díaz Casanueva y Mandrágora más tarde”, dijo Cid, a casi dos años de la muerte de su amigo (9). Dejando de manifiesto, su visión de que “Vicente-vidente” era sin duda, no solamente para él, sino que para muchos otros escritores contemporáneos, la figura central de la poesía chilena junto a Neruda y de Rokha. En este sentido, la admiración que tuvo Cid por Huidobro fue siempre manifiesta, explícita, incluso lo llegó a tildar sin reserva alguna, como “el más grande de los poetas chilenos” (10). Admiraba su inteligencia poética, la aguda penetración sicológica de sus versos, la profundidad de su pensamiento, la ironía de sus imágenes y, por sobre todo, la actitud desafiante que tenía ante la vida y las personas. Más que ser el impulsor de la poesía creacionista, Cid vio en él al único escritor chileno de la primera mitad del siglo XX capaz de establecer un vínculo férreo entre el desarrollo de ideales humanos y una conducta acorde a dichas necesidades.

“La influencia de Vicente Huidobro ha sido más que estética, de conducta” (11). Esta frase de Cid resume de manera consisa el profundo reconocimiento que él y los otros poetas jóvenes de entonces, sentían por Huidobro. Pese a las diferencias conceptuales y poéticas que existieron entre ambos, la fuerza de su estímulo radicaba en una actitud vital irreconciliable con postulados reaccionarios.

“Al referirnos a Vicente Huidobro, no podemos desligar su poesía de lo que fue su vida. El mismo imperativo anhelo de novedad, la misma audacia, la misma originalidad y donaire las informan a los dos. Y el mismo amor a las viejas tradiciones que proceden de lo más sabio y exquisito de la sabiduría antigua, se desliza por las cristalinas venas de sus versos y de su alma. Se puede decir, usando un lenguaje corpóreo que escanciaba en vasos nuevos la euritmia aprendida en los viejos maestros eternos del hombre. De ahí que exista la imperiosa necesidad de penetrar prolongadamente en los múltiples aspectos de su varia existencia y en las multiformes imágenes de sus versos para comprender a Huidobro amante de lo nuevo” (12).

Es necesario mencionar que no todos los miembros de Mandrágora compartían el mismo entusiasmo por Huidobro: si bien Arenas era muy cercano, no lo eran Cáceres ni Gómez Correa. Este último sostuvo, de hecho, grandes polémicas con el padre del creacionismo. A los pocos días de la muerte de Huidobro sus más cercanos realizaron un homenaje íntimo, “de tono casi hermético, en donde unos cuantos amigos del poeta nos referimos a su vida y su obra” (13). Entre los asistentes se contaban, además de Cid, Humberto Díaz Casanueva, Eduardo Anguita y Alfonso Bulnes. El acto, realizado en la Sala Dédalo, cuyo propietario era Fernando Undurraga, estuvo amenizado por la interpretación de algunos trozos de las composiciones musicales que eran del agrado del homenajeado, “procurando que la velada mantuviera el carácter de aquéllas muy inolvidables que pasábamos en su casa”, recuerda Cid (14). Añoranza y melancolía son algunos de los sentimientos de Cid al expresarse sobre su amigo recientemente fallecido. “¿Cómo olvidar esas encantadoras veladas junto a la chimenea? ¿Cómo poder referirme exclusivamente a su poesía cuando la imagen del amigo lo desborda todo?” (15).

“Su gran valor, su más grande valor, fue más que nada el de un pionner. Armado de punta en blanco, como alguno de los viejos conquistadores de su estirpe, abrióse camino en la selva inextricable de la prosodia añeja, de la alegoría decadente, para fundar una ciudad lírica, de aéreos edificios y blancos e iluminados campanarios, en medio de las olas del prejuicio y la marea del pasado. Gracias a él se pudo, más tarde, desprender de las viejas cepas europeas el jugo necesario para inyectarlo en las nuestras” (16).

Cabe señalar que Cid y los demás integrantes de la generación del ´38, vivieron en una época marcada por la crisis bursátil del ´29, las disputas político administrativas entre Arturo Alessandri Palma y Carlos Ibáñez del Campo, la Guerra Civil Española, el Frente Popular chileno, el comunismo de la URSS, el fascismo italiano, el nazismo de Hitler, la Segunda Guerra Mundial y un incipiente capitalismo moderno (17).. Ahora bien, Teófilo Cid se vinculó a esta escena a través del pensamiento y el marco estético filosófico que le dieron el romanticismo y el surrealismo; ismos con los cuales desarrolló una relación si bien conflictiva y crítica, extremadamente fructífera. De hecho esta afinidad pasó por varios momentos; desde una cercanía total durante los primeros años de Mandrágora a un cuestionamiento durante la Segunda Guerra Mundial y los años ´40, luego el desprecio durante la década del ´50, terminando con un acercamiento final antes de su muerte. Es decir, ida y vuelta.

“Él era gracioso, algo arrogante, airoso con ese formato que tenía, parado, y la enderezada combona, había una gallardía. Con una proclividad etílica desde el comienzo, lo veo con una botella en la mano. Lo recuerdo muy jocundo riente, con ironía, bien querido y gozoso. Ese era el gordo incipiente, que yo recuerdo del primer momento” (18).

Además de los evidentes conflictos y contradicciones que caracterizaban a Cid, es posible distinguir varios períodos muy fértiles en su vida, siendo el primero entre 1935 y 1942. De esta época surgen varias publicaciones, no todas de corte surrealista como las participadas en Antología del verdadero cuento chileno , Multitud y Total 27 ; publicó además poemas, traducciones, críticas de libros y ensayos.

Una forma de entender las pulsiones del conglomerado surrealista local, y que a la vez explica el tránsito de Cid al interior de la generación del ´38, es el impacto de la guerra en cuestión, que obligó a la intelectualidad de la época a un repocisionamiento total, en todos los aspectos de la vida, desde lo ético, lo estético, lo político partidista y lo económico, hasta la vida cotidiana (19).

“Si alguna vez más tarde Mandrágora se dejó seducir por algo, no fue precisamente por el abandono de dichas preocupaciones... Mandrágora, 1938. El principio del placer. El principio exageradamente hostil que la sociedad ofrece a éste. Mandrágora ha logrado poner sobre la mesa de disección lautréamoniana las enconadas rivalidades de los intereses políticos, culturales y poéticos en oposición. Ella ha creído mucho tiempo en el empleo de la táctica privada, en la experiencia del acto negro, en la subversión sostenida al paroxismo. Todo esto como una forma de nuestra constatación poética. En un sentido profundo, Mandrágora era demasiado ‘amoral'. ¿Reproche? Quizás no. Es preciso que el hombre se acostumbre a aceptar de una vez por todas que la validez de su pensamiento dependerá de la revalidación constante del pensamiento mágico. Mandrágora, periodo mágico. Ella es el salvajismo de cada uno de nosotros” (20).

Después de haber publicado en 1939 dos cuentos en la revista Multitud dirigida por Pablo de Rokha, “Los misterios particulares” y “La simpatía”, Cid decidió editar en 1942 bajo Ediciones Mandrágora, a los 28 años de edad, Bouldroud . Volumen compuesto por “relatos oníricos” como fueron definidos por el propio autor. Ninguno de éstos se había dado a conocer con anterioridad ni su impresión anunciada, por lo que constituyeron toda una novedad editorial.

Por cierto, Bouldroud no pasó desapercibida en los círculos literarios, políticos y sociales. Tildado como “libro discutido”, las referencias en diarios y revistas fueron contradictorias y tajantes en sus afirmaciones. Ricardo A. Latcham, crítico de La Nación , lo calificó como “el mejor libro surrealista de habla española”, mientras que Alone desde la tribuna del otro jerarca del periodismo de la capital chilena, El Mercurio , se referió a él brevemente en forma lapidaria:

“Teófilo Cid, un nombre nuevo, acaso un seudónimo, hace su presentación en esta obra de nombre difícil y estilo nada fácil. Son siete cuentos donde la fantasía y la realidad se mezclan con el propósito visible de confundirse y de confundirnos objetivo y subjetivo, que pasa sin transiciones del mundo exterior al interior, de lo observado a lo simbólico, jugando al enigma, despistando. El asombro, el capricho, el absurdo... No podría decirse que Teófilo Cid va en busca del tiempo perdido, como Proust, pero se sospecha que busca hacernos perder el tiempo” (21).

La revista Hoy , por su parte, en su número del 28 de mayo de 1942, en una breve reseña anónima, emitió comentarios elogiosos para con el libro y su autor, destacando por sobre todo en Cid un manejo depurado del lenguaje, lo que le permitía construir historias convincentes, dotadas de fuerza narrativa y argumental. Éste será, por lo demás, un sello que muchos escritores, poetas y críticos literarios advertirán en él. Calificando, finalmente, a Cid como un “buen escritor”.

“Casi siempre el escritor busca para cada una de sus obras un título que sea cazador certero. Teófilo Cid rompe la tradición y con un enredado nombre se las aviene perfectamente... En realidad, el cazador está entre las páginas. Su destreza es un espectáculo en que la sensibilidad encuentra renovadora energía. Dicho con otras palabras: Teófilo Cid es un escritor que conoce y domina la secreta gracia de su juego. Fácilmente, la imaginación comienza a mostrar personajes de la más varia naturaleza; el ingenio los elige con clara intuición, porque en éste o en aquél le basta un rasgo para advertir lo que con ellos hará en seguida; y luego empiezan estos hombres y estas mujeres a dar a la realidad distintas máscaras muy útiles en el sueño, y al sueño una fisonomía tan cotidiana que no es difícil toparse con ella por alguna parte cualquiera de la vida... Su estilo es, por cierto, el adecuado a las transformaciones continuas. Ágil, tiene a todas las palabras dispuestas a servirle. Las más tercas se ven a veces sometidas a aparecer con una significación que las asombra y regocija... Bouldroud se compone de siete relatos. Libro de un buen escritor, que no alcanza a presentarse debidamente en tan rápida reseña” (22).

Para Cid, el año 42 está marcado por tres hechos literarios. Primero, la publicación de Bouldroud . Segundo, su inclusión en la antología Cuarenta y un joven poeta de Chile, de Pablo de Rokha; en el que fueron incluidos siete poemas de Cid previamente publicados en la revista Multitud Nº 40, del mismo año. Éstos son: “Collages”, “La bella gobernanta”, “El cuerpo fascinado”, “El mundo es la rosa del azar”, “Venus victrix”, “Sólo ella sabe lo que yo sé” y “El amor y la razón”. Por último, ese año estuvo determinado por dos selecciones antológicas: una dirigida por Teófilo Cid y otra por Andrés Sabella (23). A pesar de que ninguno de ellos publicó poemas del otro, numerosas son las características generacionales comunes que compartieron ambos trabajos editados durante el transcurso de noviembre y diciembre del 42. Un dato anecdótico adicional, es que ambas fueron frutos de antiguos compañeros en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, quienes, pese a no ser amigos cercanos, mantuvieron una relación de amistad por más de treinta años. Registro de dicha relación es la fotografía captada en el bar “La Antoñana” de Santiago de Chile en enero de 1963, en que ambos –Cid y Sabella– aparecen en compañía de Juan Ibáñez y Ruperto Salcedo (24).

Su publicación de “Mis amigos los poetas” es de gran trascendencia para entender la afinidades poéticas de Cid. De tono íntimo, psicológico y contestatario el texto es ácido respecto a la realidad de la época y la percepción intelectual de ésta. Interesante es la idea de los poetas como “vaciados humanos”. El punto de partida de sus investigaciones, como el propio Cid lo remarca, fue la Antología de poesía chilena nueva (1935), cuyo objetivo inicial fue el de publicar en 1940 un volumen selectivo de lo que él ya creía lo más representativo entre los jóvenes exponentes de la poesía chilena de aquellos años. Los antologados fueron: Enrique Gómez Correa, Braulio Arenas, Jorge Cáceres, Eduardo Anguita, Jaime Rayo, Gustavo Ossorio, Carlos de Rokha y el propio editor.

“Muchos de los poetas aquí presentes –todos diría mejor– no aparecieron representados en ese libro. Muchos de ellos son muy jóvenes aún. Los hay que todavía no han publicado nunca un libro. Sin embargo, son, representan en este instante vidrioso de nuestra historia, el único vaciado humano que ha sabido recoger la forma viva de la poesía, si hemos de llamar así a esa inquietud crítica que alienta a voces tan castigadas, tan extraoficiales, por decirlo así, como las que van hacerse oir, reunidas por primera y acaso por última vez, en estas páginas” (25).

Junto con incluirse el poema “La línea recta” del propio antologado, el collage “Frac incubadora” de Jorge Cáceres y el cuadro “Naturaleza muerta” (1940) de Carlos Sotomayor, se publicaron trabajos de los antes mencionados. Cid explicitó su perspectiva al señalar que además de una sintonía poética entre los poetas incluidos en su selección, existe en ellos una acentuada impronta generacional, no solo desde un punto de vista cronológico sino más bien considerando referentes éticos y estéticos semejantes. Es éste precisamente el aspecto enfatizado por Cid, convencido de que su criterio asume un mensaje particular y exigente, es decir, una apuesta poética común. Pero por sobre todo, Cid enfatiza el sentido poético de la vida común, que debe dar cuenta de la realidad interior más radical de cada ser humano: “Estamos en la pelea, vivimos en la guerra, en la guerra de los principios”.

“Cada uno de estos poetas aquí reunidos me merece, puedo decir que su conjunto, su voz coral diría mejor, representa el único aporte más o menos auténtico de nuestra juventud al conocimiento poético universal. Sus palabras, sus imágenes, su mismo ardiente irracionalismo cargado de protesta, de anhelo crítico, forma el verdadero vínculo que los une a todos, aún cuando cada uno de ellos se comporte ante la vida con diversas actitudes y se dejen llevar muchas veces por pendientes contradictorias e incompatibles (...) Si bien es cierto que en todos ellos alienta el mismo odio hacia las fórmulas establecidas, es diferente en cada uno de ellos la manera de canalizarse ese odio. Si coinciden en el asco, no coinciden en el gusto. Cuando odian están juntos, cuando aman, separados”. (26).

Extremadamente escasas, fragmentadas y erráticas son las referencias que tenemos del periodo en que Cid trabajó en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile. Tampoco se tiene conocimiento de cómo y bajo qué circunstancias fue que llegó, después de haber participado y publicado en revistas y antologías vanguardistas, a desarrollar labores protocolares y diplomáticas en la Cancillería. En todo caso, no es tan extraño ya que existieron muchos ejemplos de cómo intelectuales del momento fueron imbricando su trabajo creativo con una vida burocrática y jerárquica; sin ir mas lejos, Enrique Gómez Correa, compañero madragórico, fue diplomático en Guatemala, Damasco y varios otros lugares. Y Neruda cuyo caso es, por demás conocido. Los antecedentes que manejamos para esta investigación nos permiten situar, aproximadamente, entre 1940 y 1946 el período que Cid ejerció labores ministeriales, llegando a ocupar en sus días más gloriosos el cargo de Subjefe de Protocolo. Paralelamente, siguió escribiendo y publicando profusamente en revistas literarias – Mandrágora , Leitmotiv , Multitud , Clio– y de forma personal.

Lamentablemente, no todas las preguntas quedarán aclaradas con esta investigación y, en algunos casos, ni siquiera lograrán satisfacer la inquietud por conocer con mayor detalle antecedentes de la vida de Cid que seguirán guardados en el misterio de la noche. Son parte de la leyenda que se ha creado en torno a él, y que el propio Cid ayudó a crear y fomentar. Otro tanto han hecho los amigos poetas y escritores que, si bien no han tenido la intención manifiesta de ello, han cimentado confusiones, errores e imprecisiones en torno a su vida y obra, lo que ha generado un desconcierto generalizado entre los lectores, estudiosos y críticos. ¿Por qué decide abandonar el trabajo en la Cancillería, el que para muchos constituía una plataforma segura para seguir escalando laboral y socialmente? José Miguel Vicuña, poeta, bibliotecario y amigo de Cid durante algunos años, aunque no se contaba entre los más cercanos a su círculo, tiene su propia versión de lo sucedido.

“En un momento dado a él le correspondía salir al exterior. Se produjo una vacante en Europa y naturalmente le correspondía a él. No obtuvo el cargo y le ofrecieron uno de Secretario en Oceanía. Renunció al Ministerio y desde entonces, este hombre que tenía muy buen pasar y que era muy elegante y hablaba perfectamente el francés con una cultura literaria fabulosa, se dedicó a gastar su desahucio en una piececita en la Alameda, cerca de los Padres Franceses y la llenó de libros; y leyó, leyó y bebió. Ahí empezó su vida bohemia. Esto era alrededor de los años cuarenta y tantos. A Teófilo lo veíamos nosotros, en el “Café Haití” o en el “Café Sao Paulo”; a ese café iba la Mandrágora, de Rokha y toda la gente del mundo de los años 45 y 50, hasta los años 60. Cuando se demolió esa casa, lo encontré frente al hoyo donde se iba a construir el nuevo edificio. Me acerco y le digo ´Teófilo‘. Estaba con los ojos llorosos. Me dijo: ´Mi casa‘ y mostraba entre los barrotes lo que había sido el “Café Sao Paulo”. Era lo único que tenía. Ese mundo en que estábamos todos” (27).

Si bien mucho se ha especulado sobre el tipo de vida que habría llevado Cid después de abandonar el trabajo protocolar en la Cancillería, y sobre la utilización que le dio al dinero que habría recibido como indemnización por los años trabajados, muy pocas son las certezas. En ese sentido, ha sido lugar común remarcar gratuitamente el despilfarro con que Cid habría actuado no solamente en esa ocasión, sino también cuando, supuestamente, recibió una cuantiosa fortuna como herencia a la muerte de su padre. Ambos hechos no han podido ser comprobados hasta hoy (28).

El periodismo radial fue otro de los trabajos en que Teófilo Cid proyectó su esencia literaria. Entre mediados de 1949 y principios de 1951, cumplió labores de charlista y conferencista en las audiciones de “Cruz del Sur, Revista Hablada” que se transmitió durante el espacio de un año y medio en Radio Sociedad Nacional de Minería.

“Diferentes circunstancias me llevaron en un tiempo a oficiar de charlista en un programa radial. Confieso que mi escasa experiencia en el asunto y mi poca familiaridad con los peligros inherentes a dicha tarea me concedían una especie de vehemente entusiasmo. Hablaba, pues, frente al micrófono con la loca convicción de que mis palabras penetraban elocuentes en miles de rampas timpánicas, haciendo mover la delicada maquinaria auditiva de muchos, pero muchos auditores. Vanidad de vanidades. No siempre ocurre así... Ante el micrófono, tengamos siempre cuidado. Es un amigo de mala índole que nos juega a cada rato una mala pasada... Pero el micrófono es traidor. Es el representante de un poder abstracto, del que nada o muy poco sabemos”(28).

La Editorial Cruz del Sur, creada y dirigida por Carmelo y Arturo Soria era la encargada de patrocinar estas reuniones radiales que contaban con la presencia de otros intelectuales y escritores nacionales. La relación de Cid con Soria, Mauricio Amster y con algunos españoles arribados a Chile en el Winnipeg fue muy estrecha. No por nada, esta editorial actuó como impresor de dos de los cuatro libros publicados por Cid en vida, El tiempo de la sospecha de 1952 y Niños en el río de 1955.

“El que no ha estado frente a un micrófono, sabe poco de lo que es el terror sagrado que este aparato produce. Uno se para frente a la pequeña oreja metálica y siente algo así como estar desnudo; la pequeña oreja adquiere, de pronto, una mítica importancia; nos parece que ella va a recoger, exagerándolos, todos los defectos que nos arrugan el alma... El micrófono es un terrible y apasionado difamador de nuestros defectos de pronunciación, de incompostura idiomática o de simple trasgresión a la sintaxis. Cuando se habla frente al micrófono, el orador cuida, por lo general, más de la forma que del contenido. Es lo que le ocurre al músico cuando está grabando. En vez de cuidar el fondo interpretativo, se preocupa más del problema de la afinación” (29).



(1) A propósito de aquellos colegiales de provincia que no pudieron estudiar en la Universidad. “Todo no era tomar el camino de la Universidad y seguir la trayectoria más o menos ilusa de la política y la literatura. Había algo también muy interesante fuera de eso, y ustedes lo saben” (AC p. 202) .

(2) Luis G. De Mussy R., Entrevista a Gonzalo Rojas, Inédita, octubre, 2002.

(3) Un hecho trágico, doloroso para él como ningún otro hasta ese momento, marcó su vida: la muerte de su madre, que registró veinte años después, en una crónica publicada en el diario La Nación , titulada precisamente “La madre”. “Lo maravilloso es que todos los hombres, pese a nuestras manías personales, somos siempre semejantes. Todos hemos sentido el mismo dolor cuando la perdimos, y cada uno, en verdad, se felicita en conservarla cuando el destino le ha suministrado ese premio”. “La madre”, La Nación , Santiago. ¡Hasta Mapocho…! (AC pp. 114- 117).

(*)“Vernal cansancio cala sobre Chile, cuando nuestro poeta llegó al país. Su llegada marca dentro del proceso dialéctico de la poesía chilena el nacimiento de una nueva etapa. De una etapa grávida de promesas para algunos, de dolorosos desencantos para otros. Los poetas y los escritores jóvenes que ven en Vicente al hombre renovador que necesitan y que aprendieron furtivamente a conocer en el liceo, lo rodean y encuentran en él a un amigo obsecuente y leal”. Teófilo Cid, “En torno a Vicente Huidobro”, La Hora , Santiago, 25 de enero de 1948, p. 2. Para introducirse en las polémicas entre el surrealismo chileno y Huidobro, revisar Mandrágora Nº 7.

(4) Mi querido Teófilo.

(5) Teófilo Cid, “En torno a Vicente Huidobro”, La Hora , Santiago, 25 de enero de 1948, p. 2.

(6) Teófilo Cid, “Huidobro en el país de Annabel Lee”, Pro Arte , Santiago, Año III, Nº 126, 21 de marzo de 1951, p. 6.

(7)Ibid .

(8) En Eduardo Anguita, Páginas de la memoria , Santiago, Editorial Universitaria, pp. 25, 1996. Para entender la polémica que desató este libro ver Faride Zerán, La guerrilla literaria , Patricio Lizama, La Convocatoria Huidobriana , Luis G. De Mussy, Mandrágora... , Volodia Teitelboim, La marcha infinita , Miguel Serrano, Memorias del yo , Naím Nómes, Antología crítica de la poesía chilena.

(9) Teófilo Cid, “Emoción de Pablo de Rokha”, Multitud , Santiago, Sexta Época, Nº 74, noviembre de 1950, p.3.

(10) Altenor Guerrero, “Teófilo Cid, poeta campeador”, Travesía , Temuco, Nº 16, enero-febrero de 1951, pp. 54.

(11) Teófilo Cid, “Influencia de Vicente Huidobro”, Pro Arte , Santiago, Año II, Nº 78, 20 de enero de 1950, p. 5-6.

(12) Teófilo Cid, “En torno a Vicente Huidobro”, La Hora , Santiago, 25 de enero de 1948, p. 2.

(13) Ibid.

(14) Ibid.

(15) “El mínimo ademán retórico, la más escueta fidelidad. Nada de homenajes públicos, por lo general empalagosos y áridos”. Teófilo Cid, “En torno a Vicente Huidobro”, La Nación , Santiago, 15 de diciembre de 1957, p. 4.

(16) Teófilo Cid, “Reposa junto al mar”, Pro Arte , Santiago, Año I, Nº 25, 1 de enero, 1942, p. 2. “He aquí que la tierra natal lo cubre ahora definitivamente con su piadoso manto. Está por fin, frente al mar, al que dedicara glorioso monumento, bajo el cielo eglógico y sereno. Él está aquí viviendo en las columnas de aire que cubren nuestros ojos, en la armonía vegetativa del paisaje, mientras su corazón, abajo, comienza la disgregación mística y platónica para volver a la superficie en el tono dorado de las espigas, en el blando parloteo de los pájaros... ¡Oh!, Vicente, tú eres aquí la supererogación del paisaje, el cómodo camino que ante nosotros se abre para comprender la soledad y tristeza de ciertos crepúsculos, la ufanía exaltada de ciertas mañanas. Aquí, allá, en todas partes, se halla un trozo de tu memoria, impregnando de humanidad el color oliváceo de estas colinas, el color azul, incomprendido hasta ahora, de esta bahía... Ahora sé por qué muchas veces me detuve a meditar con profunda melancolía en estos lugares y la razón que me indujo a vagar en busca de la verdadera significación de este rincón marítimo, a pesar de la hermosura mediterránea que lo exorna. Era la muerte del hombre que fue poeta, novelista y soldado la que había de dar el sello de la melancolía a este paisaje, melancolía que yo, en mis sueños de joven, columbré muchas veces a manera de tristeza anticipada. En este ángulo terrestre, bajo tan bello cielo, faltaba una cosa: el monumento donde llorar. Aquí lo tenemos hoy, amigos míos, para ayudarnos a pensar una vez más en los poderes misteriosos de la vida, la que procura goces inefables y también nos abre pócimas de horrible pesadumbre. Para que esta tierra saliera de la inocencia y colmase los linderos de la historia, han sido necesarias las lágrimas derramadas aquel día dos de enero de hace dos años y el recuerdo dolorido de los días que le siguieron. Para que el paisaje ennoblecido en fin, respirara poesía por todos sus poros vitales, ha sido imprescindible la muerte del poeta que tanto lo amara”. Teófilo Cid, “Huidobro en el país de Annabel Lee”, Pro Arte , Santiago, Año III, Nº 126, 21 de marzo de 1951, p. 6.

(17) Ver Klaus Muller Bergh, De Agú y Anarquía a la Mandrágora. Notas para la génesis, la evolución y el apogeo de la vanguardia en Chile , Revista Chilena de Literatura, No. 31, 1988, Klauss Meyer Minneman y Sergio Vergara A., La revista mandrágora y contexto chileno de 1938 , Acta Literaria, No. 15, 1990, Concepción, Sergio Vergara, Vanguardia ruptura y restauración en los años 30, Ediciones Universidad de Concepción, 1994, Susan Foote, Surrealismo en Chile y la revista Leitmotiv , Acta Literaria, No. 20, Universidad de Concepción, 1997, Luis G. De Mussy, Mandrágora: La raíz de a protesta o el refugio inconcluso , Editorial Oasis, 2001, Cáceres: El medio día eterno y la tira de pruebas , Editorial Cuarto Propio, 2004.

(18) Luis G. De Mussy R., Entrevista a Gonzalo Rojas, Inédita, octubre, 2002.

(19) Época en “que se efectuaron cambios fundamentales en la estructura del país. Vivíamos un período de extraordinario romanticismo; sacábamos revistas literarias en las que bullía un apocalíptico desprecio hacia la ‘burguesía', y disparábamos, como los tracios, flechas de ira contra el sol”. Teófilo Cid, “Reflexiones del suicidio”, ¡Hasta Mapocho…! (AC., p. 181)

(20) Ver Susan Foote, op. cit., pie pág. 23.

(21) Teófilo Cid, “Una Máxima de Sade”, Leitmotiv , Nºs 2-3, diciembre, 1943, s/p.

(22) Alone (Hernán Díaz Arrieta), “Crónica literaria”, El Mercurio , Santiago, 19 de abril de 1942, p. 7.

(23) (Sin autor), “ Bouldroud de Teófilo Cid”, Hoy , Santiago, Año XI, Nº 549, 28 de mayo de 1942, p. 62. Por su parte, Jorge Teillier, al respecto de Bouldroud señaló: “alarde de conocimiento de oficio narrativo, a la vez que de anticipación literaria, y de profundidad de interpretación y penetración psicológica en capas inexploradas de la conciencia chilena”. En “Teófilo Cid: el último bohemio”, El Siglo , Santiago, 19 de agosto de 1970, p. 13.

(24) Andrés Sabella, “Universidad y poesía”, Hoy , 1942. Teófilo Cid, “Mis amigos los poetas”, Clio , Nº 12, Departamento de Historia y Geografía, Instituto Pedagógico Universidad de Chile, Año VI, Nº 12 , 1942, pp. 93-103.

(25) Resulta muy interesante plantear la hipótesis de que la memoria literaria chilena puede haber confundido las figuras de estos poetas: Cid y Salcedo. Ambos fueron alcohólicos y murieron en entrañas circunstancias.

(26) Teófilo Cid, “Mis amigos los poetas”, Clio , p. 93.

(27) Teófilo Cid, “Mis amigos los poetas”, pp. 93 y 96.

(28) Citado por Francisco Véjar, “Teófilo Cid (1914-1964): Un romántico negro”, El Mercurio , Santiago, Revista de Libros, 1 de abril de 2000, p. 3.

(29) Si bien la visión de Vicuña se ajusta a las versiones más conocidas, es obligatorio plantear que existen opiniones encontradas. “Teófilo Cid andaba siempre como en la luna. Le gustaba provocar, tener actitudes contra el mundo libertino… Con respecto de su apariencia ni tanto ni tan poco, que no se bañaba nunca, yo no sentí ningún olor. Era muy divertido verlo en la mañana bien afeitado, parecía realmente, salido de una ‘mona'. Era como de la moda actual, con barba de tres días… de repente se dejó estar, se dejó llevar, pero yo creo que fue elegante hasta el final. Y mientras más desordenado era, en cierto sentido más elegante… El alcoholismo de Teófilo era una cosa bien relativa. Se emborachaba inmediatamente, tenía poca resistencia. Como se dice tenía la ‘sopaipilla pasada', con poco vino quedaba listo. Teófilo con una copa tenía para todo el día… No tenía las salidas de madre de Baudelaire. Eso si, era rezongón. Yo no lo vi vomitar ni hacer ninguna de las cosas que hacen los curados”. Luis G. de Mussy, Entrevista a Raúl Ruiz, inédita, Santiago, abril, 2004.

(30) Teófilo Cid, “El que habla al vacío”, La Nación , Santiago, 25 de septiembre, 1956, p. 4.

(31) Teófilo Cid, “Nadie sabe para quien escribe”, La Nación , Santiago, 2 de mayo, 1958, p. 4.