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Custodiada
por una vieja guardia
de
rojos alamares, verdes algas y abejorros
que
brillan bajo el duro sol de invierno,
hunde
su cono, pesado de ilusiones,
la
pirámide del lar.
Tras
el vaho que crece desde el río
y
que tiembla en los grises alezarles
las
ventanas hacen guiños significativos
como
si la casa fuera ella un viejo titubeante
bajo
el frío.
La
recuerdo como fue
en
los ilusos días,
cuando
un fragor de flores y sonidos
le
concedía grácil robustez
de
héroe maldito.
Quisiera
recordar sus nítidos perfiles
el
aciano, el color de sus murallas
y
el azarcón del techo,
mas
la visión se esfuma
en
un esplendoroso zigzagueo.
Pudiera
estar allí, golpeando sus persianas,
alegre
de encontrar lozanos sufrimientos
respirando
el perfume de las alcobas viejas
donde
brotaron lágrimas, ay, que se perdieron.
Pudiera
estar allí, desterrado del mundo.
del
amor y del júbilo, desterrado del orden.
Pudiera
nuevamente golpear la añosa puerta,
pues
sé que existe aún la casa del recuerdo
como
el rumor del mar en los viejos caracoles.
De: Nostálgicas mansiones, 1962 |