II  



Ajado por la sombra
En las aguas del espejo nada mi semblante.
Comienza a tornear su puro espectro
Ajada también por la usura
Que corre a través de sus arrugas.

  Es la hora de un tiempo ya cualquiera,
De un tiempo sangrante y doloroso,
De un tiempo que puedo alzar, como un escudo,
Para esconder la fiebre de los ojos.

  ¿Qué he hecho? ¿Dónde estuve?
¿Fue éste que hoy contemplo
el mismo rostro que tú cercaste,
sombra amada, entre tus dedos?

  ¿Fue éste que ahora yace bajo el fulgor de podredumbre
de un espejo agusanado,
El rostro que mi madre lamió como a una herida
Y que después fue fruto desechado?

  Lo veo sumergido en aguas tenebrosas,
Extraviado de sí mismo,
Cual si fuere flor autónoma y curiosa
Mirando hacia el abismo...

  Lo veo bajar los párpados,
Hender las cicatrices de su pesadumbre
Y mirar hacia sí mismo.

  Rostro lejano, rostro profundo
¿Qué estás mirando?
¿Ves acaso lo que queda entre las ruinas?
¿Quizá el verdor en donde anidan los lagartos?

  Misterioso rostro,
Misterioso representante,
Aún puedo reconocerte,
Hoy que velo, así junto a las ruinas,
Como un caballero junto a sus armas.

  Eres un. rostro antiguo,
Vorazmente aumentado por la sangre sin riberas
De los siglos.

  Te vi por vez primera
Cuando aún no había espejos;
Te vi, inclinado sobre mí,
Cierta noche de soledad llena de llantos.

  Inclinado sobre mi, bebías
El candente manantial de mis pupilas
Y tus ojos eran
Los mismos ojos que hoy me miran.

  ¡Es el rostro de mi padre!
¿Es que acaso?
¿Por qué vencer la tentación del salto?
¿Por qué callar este sonido obscuro?

  Acaso yo mismo soy mi padre
Con sus lágrimas ingenuas
Y sus tristezas que jamás lo llevaron a parte alguna;
Tal vez sea mi padre el que aquí se entrega
Con su viejo corazón herido;
Y los pensamientos que creo míos
No sean míos, no, sino enteramente suyos
Así como lo es, sin duda, este rostro antiguo
Que surge como un murmullo.

 
 
*
 
 
Nací en el campo a todo sol,
Sol conservador como una cáscara de huevo
Cuando la sed de los pastores
Bebía su ardiente yema,
Un sol que era divino, de tanto ser humano
Para los hombres que hablan su lengua.

  Vagué por las campiñas que amó la tierra,
Poniéndolas de alfombra en las batallas
De la leyenda.

  ¡Oh viejo Arauco,
Donde el fulgor de la tribu es llama
Y el cielo crece en la raíz de las palabras!
Donde crecí,
Junto a mi raza,
Como una enredadera.

  Aún podría repetir
La gesta aquella que endulzó la tierra,
Dando valor de mástil a los árboles de mi cordillera.
(Pinos insignes, por donde el clima pasa
Su despeinada cabellera,
Y cuyas pinojas son
Fórmulas de ciencia verdadera)

  Yo sé que este rostro antiguo
Que ahora asoma en la cisterna,
Cuyo brocal de espejo ansioso miro,
Es rostro que vio la fama
Galopando hacia la leyenda.

  Yo sé que es rostro que he visto siempre,
Sirviéndole de vado a mis tristezas,
El rostro que por plazo me pertenece;
Y que el rostro verdadero,
Es el rostro plural de mis abuelos.

  A través del rostro de mi padre, yo puedo distinguir
El más aun quemado por la tierra
Que fue el rostro del padre de mi padre,
Flor desconocida, casi de piedra.

  Puedo ver en procesión interminable
La historia de mi raza intemporal,
Como si la envoltura que me cubre se hiciera permeable
Y mi yo quedara huérfano de suerte personal...

 
 
 
*
 
Fluvial encanto del fluir:
Cuando empiezan los primeros pueblos, después del río grande,
Comienza la frontera,
País de rubio alcor;
Allí la flor no, aroma, reverbera;
Y cada flor tiene su sol.

  Bajo el clima y su salud de erguida copa
Los campos sólo esperan
Que la dulce claridad siembre cimeras.

  En la yerba donde fueron las batallas
Yacen blancas calaveras
Que la luz transforma en mieses verdaderas.

  La cólera terrestre, más que el tiempo, ha levantado
Esta fruición de alerce y boldo,
Umbelar de Nahuelbuta;
Allí la paz es un estanque donde caen verdes hojas
Horadando verdes rutas.

  Un silencio de campana es el lenguaje tornasol
Que nos cubre con su cúpula,
Produciéndonos terror.

  El hombre no puede ya vivir junto al encanto
Sin herirlo con la obscura enfermedad
Que le roe el cerebro.

  Para ver lo que dibuja en duros gestos
Es preciso que vadee la inmediata claridad
E irrumpa en el claror de los astros;
Allí se encuentra a sí mismo,
Como en el fondo de un espejo
Cuyo azogue es ventanal
Donde acoda su pensamiento.

  Dentro del espejo que la marea real invade,
Como a un sexo o una playa,
Veo un Adán repetidamente transfigurado,
Con su rostro que me observa
Desde la sima de su pecado.

  El misterio de la persona
Comienza en el momento
Que la raíz del pensamiento
Se refleja como en agua
Y presiente que ella es sólo un junco más
Entre tantos como crecen en la nada.

 

Lago de extensa latitud maravillada,
Donde cifran su silueta las verdes araucarias
Florecidas de choroyes y torcazas
Es mi raza.


Cuando salgo de mí mismo
Y dejo volar mi pensamiento en esas aguas
Reconozco mi fortaleza
Y vuelvo a blandir la espada
Contra la enemiga del hombre, la tristeza.

  Mirando las flores que Ovalle amaba
Podría asistir a la epopeya
Porque la sangre antigua se hizo savia.
Por allí cruzó Lautaro.
(El corazón de los mañíos
Se estremece como una lámpara)
Por allí fue Galvarino
A-1 encuentro del paisaje
Que anidó en su alma.
(El canelo guarda aroma
De su última jornada).

  El cielo está macizo de tener tales historias
En su atmósfera guardada;
El viento está macizo de llevar tales consejas
A la boca de las ancianas;
La tierra está maciza de tener tales entrañas.

 
 
*
 
 
¡Oh viento del sur, viento de agujas!
¿Por qué no hablas, por qué callas?
Tú podrías alumbrar
La obscuridad de las vidas ciudadanas,
Vidas que nunca han visto su sombra reflejada
En las aguas de su raza.

  Tú podrías prender en cada casa
Como en un ojal la flor de las leyendas de tus montañas
Oh viento sur, lleno de palabras
Que jamás antena alguna desvió de su comarca.
Hoy me soplas las entrañas,
Sacudiéndolas como a una fragua

  Viento sur, copia del viento de mi infancia,
Siento crecer en mí la floración de tus palabras.
Chile es un país tan largo
Que ha olvidado su corazón, como a durmiente originaria
En bosques de pellines y araucarias.

  Allí latió por vez primera
Mucho antes que la estrella luciera en su bandera,
Cuando aún lo elemental era la llama
Y en lo húmedo habitaba
El tótem de los Aucas.

  Al cruzar humano río,
Del temblor de la comarca, veréis el corazón,
Con la antigua tempestad apaciguada
Donde el héroe español
Bebió polen de leyenda eternizada
En la boca de la india, hecha flor.

  Sólo entonces sabréis por qué el silencio nos agrada,
Por qué nos vence el estupor
Cada vez que el viento sur derrama,
Sobre la ciudad, su corazón.

  Un paisaje fluvial entra a torrentes
En la ira comercial
Y por breve instante en cada mente
Surge un aura pre-natal.

  Aunque en derrumbe paséis a mejor vida
Sin haber compuesto nada
Y seáis como una alhaja
Cubierta por el lodo, enmohecida
Un brillo de la raza
Cundirá en vuestras arterias
Cada vez que el viento sur arranque de ellas
Un destello de copihue o de araucaria.

  Perdido a veces en la selva
De la joven ciudad, enemiga,
Podemos perder la voluntad
Y dejarnos vencer por la melancolía;
Pero cuando el viento sur golpea
Como un peregrino en nuestras venas
Un alud de cóndores nos brota
Y un círculo de magia nos anega.

 
 
*
 
 
Es inútil que soñéis en alas aceras
De la ciudad, si un algo del murmullo
De la selva, no contrae vuestra sangre;
Si en rigor, pensar exacto
Es pensar con idioma de paisaje.

                         (Si el paisaje no ha temblado todavía
Canción          En vuestra poesía
                       Callad, poetas, vuestras voces:
                       Dejad que se apague el día,
                       Dejad que hable la noche).

  Antes de la llegada del tiempo
Mi rostro aún no aparecía.
Antes del silencio
Las catástrofes andinas y el océano contiguo
Elaboran el final del mundo antiguo
Frente al sol gemelo de este sol,
Negro sol de antes del destino.

  América existía como existe la anhelada posteridad
En el alma que suspira
O en la vista encendida de ansiedad.
 

De Camino del Ñielol. Santiago: Ediciones Renovación, 1954