CAMINO DEL ÑIELOL  
(texto completo)
 
La primera parte de este poema apareció en una revista hace algunos años. Marca el deseo subconciente de volver a la vida colectiva, compartida, impersonal de los antepasados. Nunca habría adivinado esta condición del poema sino fuera porque el esfuerzo v o l i t i v o  e  i n t e l e c t u a l expresado en sus tres partes ulteriores me dio la clave del aparentemente obscuro problema. Incluso, hasta el título quedó discernido: “Camino del Ñielol”, la pequeña calle provinciana que recorrí muchas veces en la infancia, su paisaje pueril, su gente anónima, su preocupación casi superflua para el mundo. En la misma forma, he recorrido ahora, a través de estos versos, el camino para llegar de nuevo a mí mismo y asomarme por breve instante al brocal en cuyo fondo brillan las raíces. Hoy no hago otra cosa que relatar la experiencia inicial. Acaso alguna vez pueda dar cuenta del resto.

T. C.

 
I  
 
 
La soledad es un reflejo de las horas dichosas
Por su espiral las zonas blancas
Que aparecen como causa de las negras
Vierten en la hondura su compacto mecanismo
Y los recuerdos calzan zapatos puntiagudos
Sobre el cojín de las sienes apagadas.

  La sociedad es un estanque con faunas de alcohol
Millares de pálidas tribus de nicotina
Canoas frágiles de sed
Y un cielo que interceptan nubes ebrias.

  Vencido por sus aguas hojarasca soy
Árbol de río de azúcar
Lluvia angélica tostada por el sol
Mi soledad es un paraguas que se quiebra
Como un trozo de voz.
En torno a su eje
Brillantes lagartos trepan
Y hay siesta en el trigal.

  Yo recuerdo una mañana sombría
Exactamente equilibrada para aquellos años
De extenuación y niñez
Los faroles temblaban bajo el remo de la lluvia
Yo miraba, yo miraba
Un bello témpano de amor tendido junto a mi.

  Pasé la mano sobre el dorso azul
Y vi que los astros eran tiernas dependencias
De mis oídos
Que los sonidos de la luz eran dulces vertederos
De palabras de amor
Y creí sentarme mixto puente de dos pieles
Para cruzar aquel gran río, aquella ancha ría
Que había entre los dos.
Oh mía entre las mías
Ilumina el resplandor
El negro hálito de adios
Que yace en toda boca
Ilumina mi verdor
Las praderas que en los besos reverberan
Con sus vacas y sus méritos actuales
Oh amiga, oh virtuosa de la fuga
Que hoy te encuentre nuevamente en mis palabras
Creada por instinto de cansancio
O por valor

 
 
*
 
No me gusta amar las causas
Sino el efecto
La ondulación de teja de su ,pavor sombrío
No me gusta preguntar qué era
Sino qué sombra expulsa
Desde el cuerpo que el sol –maneja
Con mano maestra
Ni me gusta exacerbarme diciendo
Que ella tuvo madre y padre corrompidos
Sino qué hoja es de un árbol necio
Donde agrupan sus rebaños los pastores
Puro paisaje de fresca ancianidad
En cuyo musgo pacen las ovejas
Y los molinos ejecutan
Danzas de sol en brumas de sequía.

  Por eso no pregunto nada
Me extasío solamente
Como un cubo ante la ley geométrica
Que rige sus costados
Me ilumino desde adentro como un eco
Que nunca tuvo grito por nidal.

  Y amo decir que ella es un buen efecto
Una buena circunstancia
En medio del tifón que me rodea
Un óvulo de bondad en la tormenta.

  Ni pregunto ni detallo ni tengo ojos filosóficos
Me agrada ser un ser sin ríos propios
Sin montañas que almohadillen mis pupilas
Esparcido
Y feliz en torno a ella.

 
 
 
*
 
Y puedo hablar junto a sus orejas
Con extrema libertad
Disfrutar de las manchas solares
De su busto que es castillo y edad media.

  Cantar junto a sus torres.

  Heme aquí, oh la más amada
A comida te comparo y herborizo
Entre sus témpanos de amor
Yo que brillo a medianoche
Y ando a obscuras en el día.
A ventana te comparo amada mía
Donde me acodo
Para oír tus ríos interiores
Y puedo cantar en los barrios más sórdidos
Con el trino de tu imagen en la voz
A mí que se me niegan las hadas
Que pierdo el tiempo
Y aspiro en un vado de azogue
El perfume de espejo que nace de ti.

 
 
*
 
 
Oh, sol dorado
Tú eres lo que el fuego en la mirada de las vírgenes
Una isla de pudor que ha descendido al océano del grito
Una estrella que vencida por la suerte que ella encarna
Cae envuelta en los repliegues de su faz nupcial

  Oh, sol dorado que has hecho alzar los brazos
En un cántico de carne arrebatado por la aroma
De las flores que cimentan un extraño paraíso
En el lívido esplendor de la neblina.

  Su aliento pasa sobre el rostro en el olvido
Pasa fugaz sobre las formas invisibles de mi tacto
Rodea mi pulso con anillo de semblantes.

  Su aliento es luz para la noche del olfato
Donde reviven fauces que he venido rescatando
Una a una de las rocas funerarias
Su aliento es pez en la marea de la córnea
Donde fluyen cataratas de leyenda.

  Su cuerpo ahonda las miradas que lo tocan
Siembra tiernos torbellinos en los ojos
Y pega sobre el sol la estampa negra
Que extorsiona el breve tránsito de luz.

  Su cuerpo tiene sombra, oh sol dorado
Y esta sombra me une a ella
Sin la sombra de su cuerpo, su cuerpo luz sería
Y la luz es un pudor que jamás me he permitido
Desde el tiempo en que fui hijo de la noche.

 
 
*

   
Viejas piraguas destrozan la sangre
En viejos círculos de amor
Llameantes como nubes
Como rápidas aguas que pierden amor
A medida que el espectro de la especie
Cae en rápida cascada.

  El mundo cae detrás de su esperanza
El tronco de una amante
Vieja como el mundo, como el agua de sus ojos
Sus cabellos tiemblan en la escarcha
Sus cabellos que atraviesan el paisaje
Caen también formando puros órdenes aislados
Donde el viento es sangre suya
El mar cadera suya
La tierra carne suya
El mundo pelvis suya.
Ella es mi tribu, yo la reconozco
Yo soy de su ilusión sus ojos perpetúan
Mi mirada más allá del límite asignado a cada hombre
Su idioma
Es la palabra que escapa a mi deseo.

 
 
*
 
Como una superficie que ha quebrado el llanto
Envuelta en los vapores de su propia vestidura
Ella es llanura hasta abarcar el sino de la especie
Un horizonte móvil es el jaez de sus pupilas
Galopa por el llano hasta perderse en las miradas
Y en el imperio de la vista
Esbeltas luces giran
Eléctricos nativos
En totémico zigzag
Ella es el llano que cuidan las montañas
Donde el hombre edifica ciudades
Pierde el eco.

  Ella es
El llano donde corren las aguas
Aguas que más tarde temperándose en memoria
Darán navíos a los sueños de sus hijos.

  Ella es la fiebre de distancia
El color de la montaña
Esfumado paraíso
Guarda el eco de caravanas perdidas
Caravanas de miradas en su mar terrestre
Guarda ella
Con palmeras de anhelante soledad
Con aduares y simunes de conquista
Mi deseo, mi deseo de montaña
Esparciéndose ha llegado a ser llanura.

 

De Camino del Ñielol. Santiago: Ediciones Renovación, 1954