EL AZAR NEGRO

En mis pies luchaban el bien y el mal
Pequeña lámpara del día negro
Que humedece su aspecto de alondras
Yo llenaba mis cabellos de plumajes invisibles
Cuando la mujer del tercer día cruzó la calle 62
Fue repentinamente
Los cabellos de sus senos se hacían invisibles
Para que la boca vele el sabor de los labios

El sol que me habla ya no la conocía después
Ese sol de sales cenicientas ya no hila
El sol que tú llevas es lo que yo ignoro
Mendiga de sonrisas
Esas manos de granito
Que acarician demasiado tarde
Que yo dejé al pasar.

 

De revista Mandrágora, numero 3, Junio de 1940