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Cuando las cenizas se han esparcido a la sombra de los castillos, la hoguera no ha logrado desfigurar la influencia directa del objeto sobre las descripciones mas o menos poéticas que se ha propuesto el más útil y el más avaro de todos los charcos que yo habito. Sus resplandores han escapado, es de asegurar, por entre los pliegues de un disco de cristal que gira adherido a una aguja de mimbre, sobre la extremidad de la nariz de la mujer que se tiende a la caída del verano sobre un lecho de estrellas de mar, tan familiar a Braulio Arenas, puesto que él ha disparado su revolver contra su cabeza, para significar buenos días.

El objeto favorito de Arenas es el revólver. A mí, la langosta carbonizada, restregada con heroísmo en un plato de cola y lanzada al interior de un clavicordio de donde ella surge convertida en una taza de mimbre muy comestible.

Yo no he logrado aún escapar a esa energía fantasma, qué me obliga, desde 1938, a escribir textos-catálogos para los interesados en la mecánica celeste, en la fotografía y el objeto surrealista, en la crítica onírica,  en el cultivo de un vegetal alucinante.

 

De René o la mecánica celeste,1942