ACTIVIDAD CRÍTICA
 
La juventud -esa bella salamandra que atraviesa el fuego sin quemarse- no debe poner sobre la cuenta de sus errores sino aquellos que ha cometido sin pasión.
Error significa a sus ojos aun hasta amar la guerra actual, al ver en ella el pretexto, el fuego necesario que le revelará la escritura invisible de su existencia; y es en razón de semejante error, de semejante escapatoria, que la juventud se lanza con delicias en la guerra, tal como un fénix dentro de su fogata.
Este error de la juventud que consiste en cambiar bien por mal (sí, pero únicamente hasta el momento en que pueda tomar su revancha y haga pagar al mundo todos sus errores, aún éste de la guerra, cuyos males van, tanto desde la carestía de la vida hasta las reflexiones místicas tipo Maritain), y en el cual con tantas esperanzas he participado, tiene el  peligro, cuando es examinado por la razón fríamente inexacta de los viejos, de ser considerado nada más que como un pretexto para marchar al campo de batalla con el propósito de divertirse en él como en un pic-nic.
Si consideramos -más bien dicho, si tuviéramos el tiempo necesario para considerar algo, empujados como estamos por la necesidad de ver claro en medio de los interrogantes que la vida nos ha propuesto, y que, en fuerza de generar nuevos interrogantes, nos obliga a no permanecer ni un minuto s quiera en el terreno conquistado- si consideramos, repito, las expectativas actuales de la juventud, deduciremos que esa misma necesidad de ver claro la impele hacia nuevas conquistas, cada vez más absurdas, más irritantes y más estériles, dejando a "los que vendrán" el cuidado de disfrutar de aquellas conquistas que abandona en pos de las aún no alcanzadas, aunque "los que vendrán" le reprochan anticipadamente (y el estrépito de los arcos de triunfo que se desploman me convence que "los que vendrán" cuando menos con respecto a los arcos de triunfo tienen un propósito bien definido) que no pueden heredar de la juventud, que ahora se quema las alas en las trincheras, más que ruinas; ruinas que son del mismo material de aquellas de las cuales fuimos herederos: ruinas de la revolución; ruinas del pensamiento científico; ruinas del pensamiento materialista; ruinas de la poesía; ruinas de la moral; ruinas de la filosofía; ruinas del amor; ruinas del placer.
En efecto, nunca como durante estos últimos veinticinco años, se había solicitado tanto a la juventud desde los extremos más opuestos; nunca se le habían dado tantos "programas" de salvación humana y divina; y nunca se habían visto caer con tanta prisa las ideas y los hombres. En el momento mismo que ella se exaltaba creyendo que "la religión era el opio de los pueblos", leía en el periódico comunista que ésta era una despreciable afirmación de los elementos fascistas "que pretenden presentar a los comunistas como intransigentes enemigos del culto católico, siendo que los hechos (?) demuestran que el Partido Comunista está al lado de los católicos". ("El Siglo" 6-XII-1942).
O en el momento que los "comunistas" le pedían una entrega total a los principios de la democracia, leía en el manifiesto que la Internacional Comunista había publicado en Moscú, en 1939, con motivo de la celebración del 22° Aniversario de la Revolución Rusa, poco después de la firma del celebrado pacto naci-soviético: "No creáis a los que os arrastran a la guerra bajo el pretexto falaz da la defensa de la democracia. ¿Qué derecho tienen a hablar de democracia los que oprimen a la India, a la Indochina, a los países árabes, los que mantienen en las cadenas de la esclavitud colonial a la mitad del universo?"
Se puede pedir un caso de enantiodromía más perfecto?
En realidad, presentamos estos casos al azar, y por tenerlos más a la mano. Pero hay miles y miles, todos los cuales nos inducen a considerar que la juventud, cuando menos políticamente, no tiene un ejemplo seguro en el cual apoyarse, y sobre el cual proyectar su futura imagen política.
No es raro, entonces, que en las trincheras, en las universidades, en las calles espléndidas, la juventud se precipite hacia un nuevo mal del siglo. La juventud no cree en la guerra tanto como debiera. Esta era la última asechanza que podía tenderle la realidad (loba ilusoria). No creer en la guerra es su peor error, pues es el error sin remisión del escepticismo. Volverán esos adolescentes de rostros insensibles a pasear su aburrimiento, a escupir sobre la familia, sobre la religión, sobre la patria. Yo sé que habrá de triunfar el matrimonio sobre el amor, Dios sobre el hombre, el individuo sobre el héroe.
Y eso hará más irritante el acto de la juventud.
Pero ella está en la hoguera ya. Es ésta la última oportunidad que tiene de salir como fénix. Cuidado, sin embargo, de dejaros seducir por la apariencia de los gusanos.
 
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La imaginación, después de lo que sé, después de lo que soy, después de ver tanto caos y miseria en los actos de los hombres, yo me vuelvo nuevamente a ti, con un pensamiento que no sale aún de las tinieblas mentales, pero al cual ella le dará de pronto su fulgor exacto.
"Es preciso que hable aquí -dice el admirable Raymond Roussel- de un hecho bastante curioso. Yo he viajado mucho. Particularmente en 1920-21 he dado la vuelta al mundo por la India, Australia, Nueva Zelanda, los archipiélagos del Pacífico, China, Japón y la América. (Durante este viaje hice un alto bastante prolongado en Tahití, donde encontré algunos personajes del admirable libro de Pierre Loti). Conocía ya los principales países de Europa, Egipto y todo el norte de África, y más tarde visité Constantinopla, el Asia Menor y Persia. Sin embargo, de todos esos viajes, jamás he sacado cosa alguna para mis libros. Se me ocurre que la cosa merece ser señalada, por cuanto ella demuestra claramente que para mí la imaginación lo es todo".
"Lo que yo amo en ti -dice André Breton de la imaginación- es que tú no perdonas."
La juventud, sí, yo me maravillo de cómo se puede mantener ese ozono vivificante y mortal por más de una semana: yo recuerdo a Teófilo Cid, a los veinte años, desembarcando en esta capital; a Enrique Gómez, respirando maniáticamente en una piscina de aguas minerales; a Jorge Cáceres, el único de nosotros, creo, que se ha jugado el sol antes del amanecer, y lo ha ganado; a M. M., ya consumida por su propio misterio, pero más bella que jamás, por cuyo cuerpo siento correr los fantasmas, como corren los ratones por el techo.
Todo esto, y mucho más, me proporcionaban esos amigos, esos "enfants sans souci" de la primera hora, para quienes un error, un vértigo, una experiencia contaban por triplicado.
 
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Inútil es que se persista en subordinar nuestra búsqueda constante de la resolución de todos los fenómenos que esperan aún su confirmación en el plano inmediato de la poesía (en el borde del cual nosotros quebramos cotidianamente la copa de la memoria); en subordinar lo fenómenos que necesitan su constatación urgente sobre las proyecciones que el sueño puede ejercer en el acuerdo de nuestro sistema planetario; en subordinarlos -repito- a las contingencias de la actual guerra que ensombrece al mundo; postergarlas para mejor ocasión, pidiéndonos que la guerra sea nuestro único aire respirable.
Pero la búsqueda de tantos elementos perdidos o disociados, que hoy por hoy se oponen como irreparables antinomias; la unión de tantos eslabones que nos faltan para completar la serie cíclica del pensamiento humano, en el cual, por ahora, el hombre se debate entre sí como su más irrecusable enemigo, le permitirá encontrar alguna vez el objeto mismo que provocaba el son único de sus más variados acordes, y en quien reconocerá una imagen familiar, una imagen entrevista en sueños. Aún más, en el hecho de considerar la guerra de acuerdo con nuestra concepción materialista de la historia, nosotros deberemos ver en ella un punto de referencia de una serie de hechos coordinados que culminarán (en la revolución social) con el ascenso victorioso del proletariado al poder, como asimismo veremos en ella -al considerarla como una de las grandes fallas de la realidad-, la posibilidad de la emancipación total de un mundo encadenado a sus propios mitos y terrores, entre los cuales, los que se refieren al amor, al sueño y a la poesía no son, para nosotros, los menos importantes. El mundo actual vislumbra desesperadamente una esperanza de salvación en la negación sistemática de su misma realidad, siendo éste el mejor síntoma de su flaqueza, al ceder preciosas reservas en el dominio del pensamiento, las que, inmediatamente, se vuelven en su contra. Por tanto, todas las contingencias que puedan demostrarnos fehacientemente la validez de nuestra posición -o lo que tan conmovedoramente hemos llamado nuestra posición- con respecto a la beligerancia en que podía el mundo darnos la imagen de su miseria moral, de su desorganización y de su ruina, todas las contingencias, y hasta la última de ellas, deberán ser aprovechadas por nosotros para llevar hasta el máximum, hasta la evidencia, el convencimiento de la necesidad de un cambio definitivo de la actual sociedad humana.
Este cambio no puede verificarse sino en la totalidad de su expresión revolucionaria, ya que, dialécticamente, el horror que experimenta la actual sociedad frente a los problemas del amor, del sueño o de la poesía (para no citar de éstos sino a los que más distantes parecen estar de los fenómenos inherentes a la emancipación proletaria), se explica porque ellos nacieron de su mismo seno -así como el proletariado es un producto de la maquinaria capitalista-, llegando a convertirse en sus opositores más tenaces : llegando el hombre actual hasta el extremo de pretender libertarse mediante cualquier extremo de su opresor, es decir de su generador y verdugo. Cualquiera salida, cualquiera "solución" se le antoja excelente. La poesía opera en la realidad como una llave de escapatoria, como un pretexto. Se puede objetar que la solución poética, así como los medios que tiene para expresarse en la realidad, son totalmente inútiles, diferenciándose su emancipación de los fenómenos de la revolución social en que ésta persigue un fin concreto, cual es la liberación de las clases oprimidas. Esto no indicaría sino un distinto aprovechamiento de idénticos fines, y, en ningún caso, un motivo de separación tan antagónico. Apreciar el problema de esta manera significaría que se desesperaría de dar al hombre su emancipación total, contentándose solamente con escasas reivindicaciones económicas inmediatas.
Yo estoy seguro que es ahora éste uno de los instantes más preciosos y más fundamentales para el hombre. Vuelve él a sumergirse en la zona de influencia de la vida toda, desde donde se le exige compartirla en su mayor intensidad. El descubre un punto de apoyo en su sueño, en su poesía y en su amor, para alcanzar el bello apogeo de esos atributos en la vida. Hasta ahora la vida estaba interceptada por sombras que el hombre, en su loca obsesión, tomaba por las apariencias mismas de la realidad. Nunca, por lo tanto, se hace más vehemente, más imperativo y más cierto el ataque del hombre contra su destino. Este destino está Involucrado en el de la sociedad capitalista. El se jugaba siempre en contra suya, sin que el hombre tuviera siquiera la ocasión de protestar: El hombre está sujeto a la voluntad de un juez que le manda a la prisión; de un general que le manda a la guerra; de un cura que le manda al infierno. Nunca jamás ha tenido la oportunidad de deliberar. Pero hay un instante en que el hombre se juega el porvenir y su destino con ciega rabia, con reflexión o pánico, y entonces, bajo la orden de una visión que le obsesiona (para mí la de un castillo cuyo puente levadizo está bajo el control de un fantasma) ejecuta todos aquellos actos que, de un modo u otro, le revalidan para sí mismo en la acentuación de una protesta.
Este ha sido, más o menos, el punto de vista que me guiaba al iniciar la búsqueda de la mandrágora. Cuando, a principios de 1938, comunicaba yo a Enrique Gómez, a Teófilo Cid y a Jorge Cáceres las razones esenciales (entre las cuales la intransigencia frente al medio; la búsqueda experimental de la poesía; la resolución dialéctica de los opuestos de bien y mal; el interés siempre creciente por poner nuestra protesta al servicio de la emancipación proletaria; no eran las menos importantes) que debían orientar a un grupo forjado bajo la disciplina poética en las aguas turbias de la literatura chilena, comprendía yo que todos ellos, junto con Gonzalo Rojas, Fernando Onfray y Eugenio Vidaurrázaga, sabrían seguir con entusiasmo el sendero que Enrique Gómez llamaría tan acertadamente "el sendero del honor". Efectivamente, hemos inaugurado un camino que no pasa por ser el más fácil de seguir: Por cuatro años hemos sostenido lucha en contra de los más canallescos ataques. Se nos ha tratado de silenciar por el terror y por el hambre; se nos han cerrado los periódicos, las revistas y las editoriales. Nuestras conferencias terminaban a bofetadas. Se nos denunciaba a la policía. Los números de la revista "Mandrágora" provocaban violentas réplicas, etc., etc. Pero no podía postergarse la investigación de la parte tenebrosa; de la parte insólita; de la parte gratuita; de la parte extraordinaria del pensamiento humano; ya que, para nosotros, ella constituía la clave de la poesía negra. Esta clase de poesía (sino toda la poesía en su nacimiento) no provenía de una fortuita toma de color, sino que, haciendo derivar nuestra agrupación de las grandes corrientes en que la protesta poética se había visto en primer plano, ella se desprendía lógicamente del furor humano que pretende hallar la raíz congénita de su moral en las tinieblas puras del frenesí de su pensamiento.
Yo creo que existe un hilo conductor que ha traspasado los más importantes períodos de la libertad humana, con la palabra todopoderosa de la imaginación. El teatro elisabethiano; la novela negra inglesa; el romanticismo alemán; el grupo de los moralistas y el surrealismo francés, son, en su esencia, los felices nudos de este hilo conductor que, en este momento, nosotros sostenemos.
Hoy por hoy, el hombre busca su escapatoria, su solución, su cuerpo, la sombra de su cuerpo. Busca su esfinge, el reflejo de su persona, el sonido de su voz. En fin, busca algo. Hoy la vida es un modus vivendi. El hombre debe contentarse con buscar algo y no con buscar el todo (mientras se deja el todo por el algo). Todo está sujeto a la condición de un pequeño instante: La revolución, mientras dura. La guerra, mientras se declara. La vida, mientras se hace el amor. La muerte, mientras se agoniza.
Nosotros debemos coger ese hilo conductor del pensamiento, aunque no creo que el hombre pueda intervenir sobre su pensamiento más que con los propios recursos de sus deseos. La generalización de la poesía, la intensidad poética, son ya, en cierto modo, los grandes motivos que el hombre puede agitar sobre su memoria. Ella siempre ha precisado de una comprobación física, y cuando semejante revelador se hace difícil, el hombre inventa los agentes reales de su imaginación. Son numerosos los métodos que el hombre emplea en la búsqueda de lo maravilloso. Existe, indudablemente, un abuso de lo sobrenatural, pero ello se justifica teniendo en cuenta el medio (especialmente el medio económico) que se muestra hostil a la emancipación del hombre. El se ve arrojado en un medio surreal, donde sus sueños, sus delirios y sus visiones son sus únicas realidades. Desde ahí examina y critica el medio, comenta y traspasa con su examen todos los problemas. Se une a todas las fuerzas, oprimidas por la actual sociedad, y se hace intérprete y voz de los problemas más vedados y malditos. Por supuesto que yo empleo el término "sobrenatural" en el sentido que él pueda ser una oposición a la actual mentalidad, que rechaza ferozmente toda mención a las fallas de la realidad, ya que la superación dialéctica de semejante dualismo me hace concebir la sociedad sin clases como la mejor realización de mi deseo total y ambicionado.
Pero, a la hora presente, nosotros debemos dejar testimonio, una vez más, de cuán provisorio resulta para un hombre (refiriéndome exclusivamente a aquel que quiere lanzarse, mediante el proceso de su imaginación, a descubrir su propia personalidad en el mundo) aún la formulación de su protesta dirigida en contra del sistema opresor de su existencia. Yo mismo he tenido la ocasión -a través de este absurdo mecanismo que llamamos vida- de apreciar cuán peligroso resulta la estereotipación de un afán polémico orientado en un solo sentido, ya que las modificaciones del medio social implican necesariamente la creación de nuevas tácticas. Encerrarse en un criterio único para apreciar y anexar a nuestro favor todas aquellas conquistas que se obtengan sobre la realidad, consiste lisa y llanamente (en virtud del cambio que la materia fatalmente tiene que experimentar) correr el riesgo de estar un día -y desgraciadamente esto también he tenido la ocasión de comprobarlo- en la misma trinchera que se había atacado y defendiendo aquella que hasta entonces se había defendido.
No es por consiguiente un móvil de no conformismo extemporáneo el que me empuja ahora a situar aquellas materias inherentes a mi conocimiento bajo otra luz y bajo otra mirada.
Las transformaciones de las condiciones de lucha del medio social (desencadenamiento de una nueva guerra imperialista; descomposición de los cuadros revolucionarios que ha permitido la exacerbación del social patriotismo; nuevo intento de entronización del misticismo metafísico en la vía del pensamiento; etc.), quiero creer que han venido a provocar nuevas condiciones de lucha en el campo de la experimentación, de la moral y de la revolución.
Yo me he exigido contribuir a que este cambio se verifique en la totalidad de su expresión revolucionaria, ya que creo que, en el momento que la estructura de la actual sociedad vacila bajo el peso de sus contradicciones más horrendas, no es posible postergar la discusión de sus postulados y la aclaración de sus errores. El capitalismo es de una constitución tan inmensa que verdaderamente resulta casi extravagante, si no fuera patético, verme empeñado a contribuir a su descrédito, a su ruina y a su muerte. Sin embargo, yo creo que esta es la tarea más urgente del momento, y mientras nos quede un soplo de vida y de aliento moral, debemos estar dispuestos a emprenderla, aunque cualquier resorte del capitalismo salte en su defensa y nos aplaste.
En el campo de la moral y de la poesía, la repercusión de la crisis ha sido lo bastante intensa como para que haya hecho vacilar a personas a las cuales yo creía con cierta fortaleza interna, y haya contribuido a revelar la verdadera personalidad de otras que habían conseguido despistarnos.
Yo no quiero apreciar si no como una desorientación en cuanto a las nuevas condiciones de lucha frente al medio, la crisis que atraviesa el pensamiento de mis amigos del grupo de la Mandrágora. El desencadenamiento de la guerra actual nos ha sorprendido presenciando el cuadro desmoralizador que ofrecía el Partido Comunista, el cual buscaba torpes alianzas con partidos contrarrevolucionarios, negaba todos los postulados del marxismo, tendía la mano a la religión y corrompía con su línea zigzagueante (falsamente dialéctica) a la juventud que ardía por lanzarse, junto al proletariado, por la vía de la revolución. Esta traición política y moral ejerció en el pensamiento de la juventud un sentimiento de derrota; generó una especie de nuevo mal del siglo; y contribuyó a hacer posible el apogeo del fascismo.
El grupo Mandrágora pretendió en Chile estudiar y resolver algunos de los problemas que la crisis de la actual mentalidad racionalista arrojaba sobre los campos de la moral y de la poesía. Pero, sólo en la medida que estos problemas permanecieron estáticos se hacía posible su estudio, desde el punto de vista, casi exclusivo, de la luz de nuestro grupo y de nuestra capacidad de lucha y absorción, como asimismo de nuestra asimilación de los golpes y adulos del medio. Pero, una vez que yo comprendí que su dimensión era tan enorme que pasaba mucho más allá de las fronteras de nuestra organización; comprendí, asimismo, que para atacar con buen éxito los problemas antinómicos del bien y el mal, del sueño y la vigilia, del placer y el dolor, etc., que la moral arroja sobre las cabezas más avizoras del presente, era menester un pensamiento central, un pensamiento lo bastante poderoso como para atacar en todas partes al mismo Proteo de la cabeza desfigurante.
Este contradictor del mundo, del choque con el cual debía salir la síntesis admirable de la poesía, este pensamiento conductor, lo representó para mí el surrealismo. Bajo la luz imperativa del surrealismo vengo yo de superar un estado anterior al que saturé con preguntas inquietantes.
Yo no pido a mis camaradas del grupo de la Mandrágora que superen, ellos también, la posición del grupo (y de todo grupo) y que vean que sólo una posición común e internacional y no un esfuerzo estéril y aislado- conseguirá barrer tarde o temprano, con los fantasmas que torturan al hombre e impiden su libre tránsito. Únicamente les pido que crean que si yo estoy convencido de semejante planteamiento, es porque veo en la plataforma de lucha que me ofrece el surrealismo (cuya crisis en este momento espero que haga más desinteresada mi adhesión), la posibilidad de todas aquellas preguntas inquietantes que fueron la razón de nuestro acercamiento en dicho grupo, y la seguridad que me asiste que un grupo, por mucho que él abarque a todo el género humano, no podrá resolver ninguna cosa, por cuanto un grupo es un vehículo para movilizar ciertos hechos y ciertas ideas, y no la razón de ser de estas ideas y estos hechos.
Yo no les pido a mis antiguos camaradas que superen este "impasse" por cuanto siempre hay un momento para que la poesía reconsidere sus errores por la boca de sus poetas; siempre que estos no sean más que errores tácticos. Y, por sobre todo, yo no les pido eso, por cuanto yo mismo durante el año pasado y durante este año 1942 -abierto más promisoriamente que otro cualquiera para ser el comienzo de mi gran aventura-, he sido la presa de las más violentas contradicciones, de las cuales he logrado salir con bastante trabajo. Yo confío en que la juventud de todo el grupo sabrá darle la verdadera orientación a su destino.
Y es sobre la formulación de semejante crisis que yo quiero abrir las mamparas batientes de esta nueva revista de pelea.

 

De Leitmotiv. N°1. Santiago de Chile, Diciembre de 1942. Págs. 3-8.